Daniel
Garro Sánchez
En el año 1994, después de una
relativa sequía de varias décadas durante las cuales no hubo más que algunos
intentos de poca relevancia, la literatura de ciencia ficción nacional recibe
uno de sus primeros y mayores hitos; una novela que no solo marca (en opinión
de muchos, incluido este servidor) el inicio del pequeño “boom” de
publicaciones de literatura de género que hemos visto en las dos últimas
décadas, sino que marca además el fin de la ciencia ficción débil e ingenua de
momentos anteriores y el principio de una ciencia ficción costarricense más
elaborada y profesional, y que además fue merecidamente premiada en uno de los
principales certámenes literarios de corte juvenil de nuestro país, y además por
una de las editoriales del Estado (tan reacias en otros tiempos a la literatura
de ciencia ficción), que además se encargó de su publicación.
Esta
novela con tantos “ademases”, no es otra que Una sombra en el hielo (Editorial Costa Rica, 1994), de Laura
Quijano Vincenzi, ganadora del Premio Joven Creación.
No puedo
referirme a esta novela sin obviar la similitud que tiene con ella un relato de
años posteriores: Frente frío, de la
mano de otra gran pulidora de nuestra ciencia ficción: Jessica Clark. Este
cuento formó parte de la excelente antología Posibles futuros: Cuentos de
ciencia ficción, publicada por Euned en 2009, y a la que ya me he
referido antes.
Ambos
relatos se ubican en futuros bastante gélidos y preocupantes, preocupantemente
gélidos y con gélidas preocupaciones. En ambos, el acceso al poder está, o
podría estar, sepultado en la nieve, oculto en el hielo. Las fuerzas de la
naturaleza, primero desatadas, y luego dominadas, se convierten en las fichas
de un tablero que no es otro más que el mundo mismo.
En ambos
relatos hay una mujer evasiva y misteriosa, intangible, exótica,
latinoamericana, con sangre indígena y caribeña, con una sensualidad que parece
una llamarada entre todo ese frío y esa nieve y ese hielo y ese blanco desesperante;
incluso, tan parecida es esta mujer del cuento de Clark, a la equivalente de la
novela de Quijano, que hasta se hubieran puesto de acuerdo la dos escritoras
para usar al mismo personaje. Y en ambos textos hay, por supuesto, un
atolondrado varón que se desvía de su primer objetivo y que, después de buscar entre
las nieves aquel secreto de importancia global, termina buscando a esa mujer, a
esa sombra en el hielo.
No
obstante lo alejado de los espacios narrativos (realmente la nieve es lo exótico
para nosotros), las dos escritoras encuentran la forma de transportar lo
latinoamericano hasta esos helados rumbos, a través de diversos medios. Primeramente,
la chica misteriosa de origen latino, piel oscura y cabello negro, que
literalmente acarrea consigo la temperatura del Caribe. En la novela de Quijano
hay otros personajes, también de origen latinoamericano, mezclados con
personajes de origen italiano, anglosajón y oriental, construyendo un perfecto
ambiente de cosmopolitismo científico. Por otro lado, en el relato de Clark
—donde se describe una modalidad de terrorismo ecológico basado en el control
del clima mediante la actividad volcánica—, uno de los colosos activos que se
menciona es nuestro famoso volcán Arenal.
Comparten
estas dos obras (y en general estas dos autoras, Quijano y Clark), una solidez
narrativa notablemente mejorada en lo que respecta al género, con una visión
más cuidadosa de los aspectos tecnológicos (muy lejos quedaron las pueriles
descripciones de Gagini, por ejemplo), y un tratamiento de personajes
convincentemente elaborados dentro de sus frías y lejanas circunstancias...
lejanas tanto en el tiempo como en el espacio.
Así,
entonces, son estos dos relatos, estas sombras en el hielo, dos lecturas muy
recomendadas por este servidor, que las disfrutó apasionadamente.
Interesante punto de vista. Nunca se me habría ocurrido relacionar Una sombra en el hielo con Frente frío, y ya ves, la conexión existe. =) Gracias por lo que me toca y también comparto tu opinión sobre el relato de Jessica. Saludos.
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