Mario Valverde M.
La luna estaba quieta posada sobre una pequeña nube. No quería moverse. Era como si quisiera reposar cansada de su movimiento eterno y esclavo. Quieta sobre la nubecita iluminada de rojo en su circunferencia baja y blanco plata en su superficie incompleta. Era la nube como una especie de cama de suaves algodones. Y la luna chata soñando en paz. Y yo amé esa luna de junio y me dije: “Algún día ya no estarás para mí, ni yo estaré para ti”. Pero, por otro lado agradecí, los millones de vueltas por toda la Tierra, dejando su luz de plata en la montañas, en los patios de las casas, en los mares, en los mástiles de los barcos, en las callejuelas de nuestros barrios, los prados, los desiertos, las montañas solitarias, los rascacielos mientras los transeúntes caminan hacia la profunda noche, en los rieles de todos los trenes, en los parques con sus amantes furtivos, en los techos de los hospitales sembrando esperanzas, en la frente de los antiguos dinosaurios, en la batalla de Troya, en las cabalgatas de los sabaneros de las pampas guanacastecas, en los barcos piratas, en la tabernas de los poetas soñadores, en los lobos que aúllan su presencia, en las caminatas de Jesús, Buda y los chamanes, en los besos furtivos de los amantes, en los ríos repletos de salmones y osos grises participes de la fiesta, en los puertos con los barcos artesanales anclados, en los llantos de los niños abandonados, en los cohetes que ascienden fuera de la atmósfera para girar el grito del hombre hacia las futuras galaxias. Agradecer en esta noche, desde mi ventana, reposando sobre esta nube, donde me hiciste sentir el amor por toda la HUMANIDAD, que se viene expandiendo, a pesar de todo, hacia el juego infinito de descubrir todo lo que nos rodea.
La luna estaba quieta posada sobre una pequeña nube. No quería moverse. Era como si quisiera reposar cansada de su movimiento eterno y esclavo. Quieta sobre la nubecita iluminada de rojo en su circunferencia baja y blanco plata en su superficie incompleta. Era la nube como una especie de cama de suaves algodones. Y la luna chata soñando en paz. Y yo amé esa luna de junio y me dije: “Algún día ya no estarás para mí, ni yo estaré para ti”. Pero, por otro lado agradecí, los millones de vueltas por toda la Tierra, dejando su luz de plata en la montañas, en los patios de las casas, en los mares, en los mástiles de los barcos, en las callejuelas de nuestros barrios, los prados, los desiertos, las montañas solitarias, los rascacielos mientras los transeúntes caminan hacia la profunda noche, en los rieles de todos los trenes, en los parques con sus amantes furtivos, en los techos de los hospitales sembrando esperanzas, en la frente de los antiguos dinosaurios, en la batalla de Troya, en las cabalgatas de los sabaneros de las pampas guanacastecas, en los barcos piratas, en la tabernas de los poetas soñadores, en los lobos que aúllan su presencia, en las caminatas de Jesús, Buda y los chamanes, en los besos furtivos de los amantes, en los ríos repletos de salmones y osos grises participes de la fiesta, en los puertos con los barcos artesanales anclados, en los llantos de los niños abandonados, en los cohetes que ascienden fuera de la atmósfera para girar el grito del hombre hacia las futuras galaxias. Agradecer en esta noche, desde mi ventana, reposando sobre esta nube, donde me hiciste sentir el amor por toda la HUMANIDAD, que se viene expandiendo, a pesar de todo, hacia el juego infinito de descubrir todo lo que nos rodea.
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