Entusiastas del divino arte
Siglo XIX. La compra y venta, alquiler, afinación y arreglo de pianos, formaban parte del estilo de vida propio de algunas familias acomodadas de la Costa Rica liberal.
Rafael A. Méndez Alfaro
Encargado del Programa de Estudios Generales
Siglo XIX. La compra y venta, alquiler, afinación y arreglo de pianos, formaban parte del estilo de vida propio de algunas familias acomodadas de la Costa Rica liberal.
Rafael A. Méndez Alfaro
Encargado del Programa de Estudios Generales
Sin ofrecer un confort en el sentido que nosotros le damos a esta palabra, la tendencia a imitar lo europeo se hace sentir más, sin embargo. Ya es un magnífico piano que forma extraño contraste con las dos docenas de modestas sillas de rejilla arrimadas a la pared, en ausencia del resto de los muebles; ya son dos elegantes sofás colocados muy cerca el uno del otro, que hacen más notorio lo que falta.
Con aquellas palabras, Wilhelm Marr, viajero alemán de paso por Costa Rica, dejó su impresión del aburguesado vivir de algunas familias locales hacia 1863, año en el que publicó, en su país de origen, el libro Viajes a Centroamérica. A decir verdad, el interés por reproducir los patrones europeos no era una novedad en nuestro país. Desde el momento en que el uso del piano se consolidó en el occidente europeo, Costa Rica no fue indiferente a esa tendencia. De acuerdo con María Clara Vargas Cullell en su libro De las fanfarrias a las salas de concierto. Música en Costa Rica (1840-1940), editado en el 2004:
Durante la primera mitad del siglo [XIX], el piano, un instrumento novedoso que permitía una gama expresiva muy amplia, se convirtió en el instrumento de moda de las grandes capitales europeas […]. Pronto, estos instrumentos empezaron a ser exportados a lugares tan remotos como la India y los países de América. Eran difíciles de empacar y de transportar debido a su tamaño, lo delicado de su construcción y lo difícil de su mantenimiento.
Los aspectos señalados por Vargas parecen ratificar el prestigio y la consideración social que traía consigo la posesión de pianos en nuestro país. De hecho, la referencia al primer piano existente en Costa Rica procede de 1835, año en que fue introducido por el sacerdote José Francisco Peralta.
Sin embargo, las transacciones mercantiles con dicho instrumento se volvieron notables en el país a partir de la segunda mitad del siglo XIX, en particular hacia fines de la centuria.
“Se vende piano”. La revisión de al menos cuatro periódicos del siglo XIX muestra una “radiografía” de la creciente importancia que esos instrumentos lograban.
Los anuncios de prensa evidencian el surgimiento y la proliferación de nuevos patrones de consumo en materia musical a partir de los decenios de 1850 y 1860: así consta en diarios como la Crónica de Costa Rica y la Gaceta Oficial. Similares indicios aparecieron en los últimos decenios del siglo XIX en publicaciones como La República y La Prensa Libre. Ejemplo de lo antes dicho se presentó en La República del 31 de octubre de 1890 (n.° 1259), que incluyó este aviso: “La Fábrica de Pianos DE ED. SEILER LIEGNITZ tiene de venta en Puntarenas 9 instrumentos de varios modelos construidos con el mayor esmero y aparentes para el clima de Costa Rica. Dirigirse á Horacio Lutschauning”.
Como se ve, destacar el origen de los pianos era un asunto fundamental. Por ello, los anuncios estaban precedidos de los nombres de las fábricas de origen: las alemanas Neuman, Seiler Liegnitz, Rachals y Röhl, así como la inglesa Collard & Collard.
El creciente aburguesamiento del gusto musical de sectores asociados al poder se manifestó en la multiplicación de individuos y casas comerciales dedicados a la venta de pianos. Entre las sociedades mercantiles sobresalieron Echeverría y Castro, Coronado y Hno., y la Agencia Seiler.
Por otra parte, es posible observar los nombres de múltiples individuos que ofrecían pianos nuevos o usados: Roberto Esquivel, Cecil Sharpe, José Canalias, J. R. Mata, Jenaro Castro Méndez, Enrique Denne y otros.
Los precios de los pianos variaban de acuerdo con cuatro aspectos: en primer lugar, si estaban nuevos, usados o reconstruidos; luego, si eran pianos de cola o verticales; también, si la venta se ejecutaba al contado o al crédito; finalmente, si era mayor o menor el prestigio que tuviera la fábrica que hizo el instrumento.
Un anuncio de La República del 7 de octubre de 1890 (n.° 1240) ilustró con claridad lo antes dicho: “PIANOS. Se vende uno nuevo, fábrica de Rachals por $600; ó uno de medio uso, fábrica de Röhl por $300. F. Quesada”.
Sin embargo, cabe destacar que, junto a los anuncios de venta de instrumentos, también aparecían otros que promovían el alquiler. Algunos avisos eran escuetos y únicamente señalaban el arrendamiento, en tanto otros eran de mayor alcance.
Un caso representativo apareció en La República del 20 de diciembre de 1889 (n.° 713): “Para Noche Buena. Me han llegado y alquilo para bailes, serenatas, paseos de campo y toda clase de reuniones, DOS PIANOS de cigüeña con lindas y nuevas piezas de los mejores autores”.
Aunque menos frecuente en la prensa, los anuncios de alquiler de pianos muestran los diversos ámbitos en los que este instrumento iba teniendo alcance.
Afinadores y compositores. Desde una época tan temprana como la década de 1850, la prensa mencionó a las personas que se dedicaban a templar, afinar y construir pianos, ofertas que se acentuaron de forma notable en las décadas finales de la centuria.
Un anuncio de La República del 3 de marzo de 1885 (n.° 795) es revelador: “AFINACIÓN Y COMPOSTURA. PIANOS Y ÓRGANOS. EDUARDO EGE. Constructor y afinador de la casa Erard de Paris. Afinación $8 pesos… Mr. Eduardo Ege es constructor del órgano de la nueva Catedral de San Salvador”. Este aviso resalta la trayectoria del oferente.
Otros individuos, como Eugenio Savé, E. Peralta, Alberto C. Martínez y Gustavo Meineke, aparecían de forma regular en la prensa de esa época ofreciendo servicios como compositores, afinadores y reconstructores de pianos y órganos, y –cómo no– profesores del mencionado instrumento.
Para algunos, la adquisición de pianos en mal estado y su recomposición resultaba un negocio. En este sentido, la Gaceta Oficial del 27 de diciembre de 1863 (n.° 248) anunció: “Se vende BARATO un piano descompuesto”; en otro aviso, esta vez de La República del 18 de octubre de 1887 (n.° 358) se indicó: “SE COMPRARÁ un piano viejo, por descompuesto que sea”. Habría que resaltar que, en efecto, el mantenimiento de pianos y órganos era oneroso y pocas personas estaban en la posibilidad de costearlo.
Quizá por cobrar sumas apreciables, quienes reparaban pianos se tomaban muy en serio su oficio. Un aviso de La Prensa Libre del 31 de octubre de 1892 (n.° 992) es un indicador de lo expresado: “Alberto C. Martínez ofrece sus servicios en la reconstrucción de pianos, órganos, armoniums. Ofrece también reparar y colocar piezas nuevas á los pianos y órganos de manubrio”.
Parece claro que, junto con la venta y el alquiler de pianos, se desarrolló un mercado de servicios que daban apoyo al exquisito gusto musical de la élite costarricense. Resultó indispensable que, al lado de afinadores, compositores y templadores, también surgieran servicios como los de profesores de piano.
Lecciones a domicilio. La adquisición de pianos y órganos por parte de familias acaudaladas estuvo acompañada de la necesidad de aprender su manejo. Un indicio de dicho interés es la venta de partituras y obras para piano.
Un interesante anuncio en La República del 12 de junio de 1892 indicó: “LECCIONES DE PIANO. Deseosa de tomar algún repaso en mi excursión artística, he decidido permanecer algún tiempo en esta sociedad costarricense tan galante como entusiasta por el divino arte. A sus órdenes, pues, pongo mis conocimientos musicales ofreciéndome á dar lecciones de piano á domicilio á todas aquellas personas que deseen continuar bajo mi dirección el estudio del piano. Ana Otero”.
En otro aviso, esta vez en La República del 3 de agosto de 1888 (n.° 597), E. Peralta se promovió como profesor de piano: “Ofrece sus servicios á este respetable y filarmónico público para cuantos trabajos de su profesión le confíen; para lo cual cuenta con un completo surtido de materiales y herramientas escogidas en la fábrica de Pleyel donde hizo sus estudios”.
Un ambiente cultural surgió así de la importación de pianos para su venta y alquiler, y de los servicios asociados con ellos: de afinadores, compositores, profesores y especialistas en su arreglo.
Todo aquello fue un síntoma de cómo, en la segunda mitad del siglo XIX, los sectores acaudalados de Costa Rica pretendieron reproducir ciertos patrones de consumo, propios de la burguesía europea. Quizá no siempre tuvieron el éxito deseado, pero, al fin, el deseo es lo importante.
(Del libro de Rafael A. Méndez Alfaro. Historiando Costa Rica en el siglo XIX. EUNED, 2012).
Sin embargo, las transacciones mercantiles con dicho instrumento se volvieron notables en el país a partir de la segunda mitad del siglo XIX, en particular hacia fines de la centuria.
“Se vende piano”. La revisión de al menos cuatro periódicos del siglo XIX muestra una “radiografía” de la creciente importancia que esos instrumentos lograban.
Los anuncios de prensa evidencian el surgimiento y la proliferación de nuevos patrones de consumo en materia musical a partir de los decenios de 1850 y 1860: así consta en diarios como la Crónica de Costa Rica y la Gaceta Oficial. Similares indicios aparecieron en los últimos decenios del siglo XIX en publicaciones como La República y La Prensa Libre. Ejemplo de lo antes dicho se presentó en La República del 31 de octubre de 1890 (n.° 1259), que incluyó este aviso: “La Fábrica de Pianos DE ED. SEILER LIEGNITZ tiene de venta en Puntarenas 9 instrumentos de varios modelos construidos con el mayor esmero y aparentes para el clima de Costa Rica. Dirigirse á Horacio Lutschauning”.
Como se ve, destacar el origen de los pianos era un asunto fundamental. Por ello, los anuncios estaban precedidos de los nombres de las fábricas de origen: las alemanas Neuman, Seiler Liegnitz, Rachals y Röhl, así como la inglesa Collard & Collard.
El creciente aburguesamiento del gusto musical de sectores asociados al poder se manifestó en la multiplicación de individuos y casas comerciales dedicados a la venta de pianos. Entre las sociedades mercantiles sobresalieron Echeverría y Castro, Coronado y Hno., y la Agencia Seiler.
Por otra parte, es posible observar los nombres de múltiples individuos que ofrecían pianos nuevos o usados: Roberto Esquivel, Cecil Sharpe, José Canalias, J. R. Mata, Jenaro Castro Méndez, Enrique Denne y otros.
Los precios de los pianos variaban de acuerdo con cuatro aspectos: en primer lugar, si estaban nuevos, usados o reconstruidos; luego, si eran pianos de cola o verticales; también, si la venta se ejecutaba al contado o al crédito; finalmente, si era mayor o menor el prestigio que tuviera la fábrica que hizo el instrumento.
Un anuncio de La República del 7 de octubre de 1890 (n.° 1240) ilustró con claridad lo antes dicho: “PIANOS. Se vende uno nuevo, fábrica de Rachals por $600; ó uno de medio uso, fábrica de Röhl por $300. F. Quesada”.
Sin embargo, cabe destacar que, junto a los anuncios de venta de instrumentos, también aparecían otros que promovían el alquiler. Algunos avisos eran escuetos y únicamente señalaban el arrendamiento, en tanto otros eran de mayor alcance.
Un caso representativo apareció en La República del 20 de diciembre de 1889 (n.° 713): “Para Noche Buena. Me han llegado y alquilo para bailes, serenatas, paseos de campo y toda clase de reuniones, DOS PIANOS de cigüeña con lindas y nuevas piezas de los mejores autores”.
Aunque menos frecuente en la prensa, los anuncios de alquiler de pianos muestran los diversos ámbitos en los que este instrumento iba teniendo alcance.
Afinadores y compositores. Desde una época tan temprana como la década de 1850, la prensa mencionó a las personas que se dedicaban a templar, afinar y construir pianos, ofertas que se acentuaron de forma notable en las décadas finales de la centuria.
Un anuncio de La República del 3 de marzo de 1885 (n.° 795) es revelador: “AFINACIÓN Y COMPOSTURA. PIANOS Y ÓRGANOS. EDUARDO EGE. Constructor y afinador de la casa Erard de Paris. Afinación $8 pesos… Mr. Eduardo Ege es constructor del órgano de la nueva Catedral de San Salvador”. Este aviso resalta la trayectoria del oferente.
Otros individuos, como Eugenio Savé, E. Peralta, Alberto C. Martínez y Gustavo Meineke, aparecían de forma regular en la prensa de esa época ofreciendo servicios como compositores, afinadores y reconstructores de pianos y órganos, y –cómo no– profesores del mencionado instrumento.
Para algunos, la adquisición de pianos en mal estado y su recomposición resultaba un negocio. En este sentido, la Gaceta Oficial del 27 de diciembre de 1863 (n.° 248) anunció: “Se vende BARATO un piano descompuesto”; en otro aviso, esta vez de La República del 18 de octubre de 1887 (n.° 358) se indicó: “SE COMPRARÁ un piano viejo, por descompuesto que sea”. Habría que resaltar que, en efecto, el mantenimiento de pianos y órganos era oneroso y pocas personas estaban en la posibilidad de costearlo.
Quizá por cobrar sumas apreciables, quienes reparaban pianos se tomaban muy en serio su oficio. Un aviso de La Prensa Libre del 31 de octubre de 1892 (n.° 992) es un indicador de lo expresado: “Alberto C. Martínez ofrece sus servicios en la reconstrucción de pianos, órganos, armoniums. Ofrece también reparar y colocar piezas nuevas á los pianos y órganos de manubrio”.
Parece claro que, junto con la venta y el alquiler de pianos, se desarrolló un mercado de servicios que daban apoyo al exquisito gusto musical de la élite costarricense. Resultó indispensable que, al lado de afinadores, compositores y templadores, también surgieran servicios como los de profesores de piano.
Lecciones a domicilio. La adquisición de pianos y órganos por parte de familias acaudaladas estuvo acompañada de la necesidad de aprender su manejo. Un indicio de dicho interés es la venta de partituras y obras para piano.
Un interesante anuncio en La República del 12 de junio de 1892 indicó: “LECCIONES DE PIANO. Deseosa de tomar algún repaso en mi excursión artística, he decidido permanecer algún tiempo en esta sociedad costarricense tan galante como entusiasta por el divino arte. A sus órdenes, pues, pongo mis conocimientos musicales ofreciéndome á dar lecciones de piano á domicilio á todas aquellas personas que deseen continuar bajo mi dirección el estudio del piano. Ana Otero”.
En otro aviso, esta vez en La República del 3 de agosto de 1888 (n.° 597), E. Peralta se promovió como profesor de piano: “Ofrece sus servicios á este respetable y filarmónico público para cuantos trabajos de su profesión le confíen; para lo cual cuenta con un completo surtido de materiales y herramientas escogidas en la fábrica de Pleyel donde hizo sus estudios”.
Un ambiente cultural surgió así de la importación de pianos para su venta y alquiler, y de los servicios asociados con ellos: de afinadores, compositores, profesores y especialistas en su arreglo.
Todo aquello fue un síntoma de cómo, en la segunda mitad del siglo XIX, los sectores acaudalados de Costa Rica pretendieron reproducir ciertos patrones de consumo, propios de la burguesía europea. Quizá no siempre tuvieron el éxito deseado, pero, al fin, el deseo es lo importante.
(Del libro de Rafael A. Méndez Alfaro. Historiando Costa Rica en el siglo XIX. EUNED, 2012).
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