Daniel Garro Sánchez
Clara Josephine Wieck (Alemania, 1819-1896), fue
pianista, profesora, compositora, madre de ocho hijos y esposa de Robert
Schumann, motivo por el cual, la mayoría de las veces, su nombre aparece
simplemente como Clara Schumann. Pero conocer estos datos es no saber
absolutamente nada sobre Clara Wieck.
La vida
de esta mujer fenomenal transcurrió entre paradojas, entre el cruce o el choque
de las corrientes imperantes de su época y el haber sido una mujer tan distinta
de las de su época. Como producto de su tiempo y la sociedad, Clara fue la
mujer que dijo que “una mujer no debe
tratar de componer; ninguna ha sido capaz de hacerlo, ¿por qué habría de
hacerlo yo?”, y sin embargo, fue compositora. En algún otro momento de su
vida afirmaría lo siguiente: “Nada supera
la alegría de crear, porque se ganan horas de olvido, mientras se vive en un
mundo de sonidos”. Luego admitiría que en las épocas en que lograba
componer regularmente, se sentía en su elemento: “me siento más libre y liviana y todo parece más alegre”.
También
fue la mujer que se resignó a nunca llegar a ser una intérprete de la talla de Franz
Liszt (el mejor pianista conocido en aquel entonces), y sin embargo, llegaría a
ser considerada la mejor pianista del siglo XIX, recibiendo las alabanzas de
Chopin y del mismísimo Liszt.
Fue una mujer
que se consideraba a sí misma poco atractiva físicamente, y sin embargo,
numerosos retratos de la época muestran a una chica agraciada, de ojos enormes,
frente amplia, rostro fino y bella sonrisa –Clarita sería encarnada por
Nastassja Kinski en la película Sinfonía
de primavera (Frühlingssinfonie, de
Peter Schamoni, 1983)-; retratos correspondientes a una edad más avanzada muestran
a una mujer frecuentemente vestida de negro, de semblante grave, cansado, ya no
tan sonriente, pero igualmente bondadoso, con una mirada profunda en esos
grandes ojos.
Fue un
modelo de absoluta lealtad a su esposo, afrontando la enfermedad, la locura, el
intento de suicidio y finalmente la muerte prematura de Robert; sosteniendo a
la familia con su labor de intérprete y profesora, cuidando a los ocho hijos y
soportando la muerte de cuatro de ellos; dando a conocer la obra pianística de
Robert (incluyendo el famoso Concierto
para piano y orquesta en La menor op. 54) cuando este sufrió una lesión en
la mano que le impidió tocar el piano y durante muchos años más después de la
muerte de él. Y sin embargo, nueva paradoja, esta mujer abnegada se enfrentó a
su padre incluso en instancias legales para poder desposar a Robert, quien no
contaba en ese momento con la fama que cosecharía luego y mucho menos con
dinero, por lo que fue descartado por el dominante suegro Wieck como partido
para su hija.
Cuando
se escuchan y analizan las obras musicales femeninas, siendo aún tan
desconocidas en relación con las masculinas, la primera tentación y el primer
error del “atrofiado oído machista” (en palabras de Alexander Obando) es buscar
las posibles diferencias que puedan existir por el hecho de tratarse de
mujeres, cosa que es tan absurda como buscar rasgos distintivos en la obra de un
Tchaikovsky por haber sido homosexual, o en la de un Mussorgsky por haber sido
alcohólico. La obra musical de Clara es reducida, pero suficiente; como la de
muchos compositores de mayor fama (entiéndase varonEs, ¡qué problema con esa
marca tan débil de género masculino de nuestro idioma!): Grieg, de Falla,
Sibelius, Dukas, y aún el mismo Schumann, cuya enfermedad mental y después la
muerte lo silenciaron demasiado temprano. Y al igual que muchos varonEs, entre
ellos también Robert, Clara tuvo predilección por la música de cámara, el lieder y el piano solo. No obstante,
legó un estupendo concierto para piano y orquesta que posee, entre muchas otras
particularidades, un movimiento intermedio donde el piano es acompañado
únicamente por un violonchelo solo. Es decir, en este segundo movimiento, el
concierto para piano y orquesta se reduce a un dúo. ¿Tiene esto algo que ver
con el origen femenino de la obra? Absolutamente nada; simplemente es un
invento que su autora decidió hacer, y cualquier sospecha ridícula es
fácilmente anulada con el retorno de la masa orquestal en el tercer movimiento.
Un dato importante es que fue Clara la que impulsó y recomendó a Robert a incursionar
en la música orquestal, y no quedarse solamente con el piano y los pequeños
conjuntos. Gracias a este consejo, verían la luz las sinfonías, oberturas,
conciertos y muchas otras obras mayores de Schumann. Por su parte, la prioridad
de Clara, al igual que Chopin, fue el piano, y recurrió a otros medios y a la
orquesta siempre en función del piano. Cosechó el lieder como también lo harían Schubert, Gustav Mahler y,
nuevamente, Robert.
Pero
puede ser que ahora yo esté cayendo en otro error, al dignificar la obra
femenina en función de la masculina, a través de un método de comparación. El
hecho es que cada creador y cada creadora buscó su espacio, e hizo lo que quiso
y lo que pudo, cada quien en sus circunstancias. En palabras de Kathryn Bigelow
(la primera mujer ganadora del premio Oscar a la Mejor Dirección por The Hurt Locker en 2009), “el siguiente
paso es que el hecho de que el artista sea hombre o mujer deje de tener
importancia”. Por lo tanto, sintetizo recomendando al buen lector y también al
buen melómano el Concierto para piano y
orquesta en La menor op. 7 de Clarita, así como sus bellísimos nocturnos,
baladas, romances y canciones.
Finalmente,
me pregunto: ¿por qué admiramos o debemos admirar a esta mujer? ¿Por su
abnegación como sufriente esposa y madre? ¿Por su lealtad a prueba de fuego hacia
su esposo? ¿Por ser mujer en condiciones adversas? ¿O por ser compositorA en
tiempos en que era poco usual y por ser una de las mejores pianistas de la
historia? La respuesta es: por todo eso y mucho más; por buscar ser un humano
integral hasta donde se lo permitieron las circunstancias; no por haber sido la
señora Schumann; sino por haber sido la única, la extraordinaria, Clara Wieck.
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