Mario Valverde M.
La comunicación vino del satélite Asís. Captó
un aletear cerca del lugar conocido como Bosque de la Madrugada, ubicado a dos
kilómetros al este de Monteverde. Reflejó colores negros, naranja y blancos. La
noticia corrió por el mundo. No había ciudadano con más de cuatro años que no
tuviera un celular con cámaras digitales, video, internet; además de portar
permanentemente y de forma obligatoria las máscaras anti-gases.
II
La “cacería” por ver el alado creó una histeria mundial. Desde el año
2050 no se miraba un solo pájaro. El
último observado fue un pájaro marino en Cabo de Hornos. Volaba triste y
solitario, se le veía viejo y cansado. Cuando se posó en los fríos riscos, ya
estaba muerto. La foto le dio vuelta al mundo y sirvió junto con el vídeo, como
material didáctico en todas las escuelas de la madre Tierra. Hasta la aparición
de este último pájaro pasaron treinta y dos años, siete días y once horas.
III
Dos generaciones completas
nunca vieron volar o posarse a un pájaro, ni mucho menos escuchar su canto.
Todo conocimiento era virtual. Los videos trasmitían la belleza de sus plumajes,
la construcción de sus nidos, sus múltiples sonidos. Todo era casi real, sólo
faltaba tocarlos, verlos, escucharlos de verdad. Los niños y las niñas
preguntaban a sus abuelos cómo eran. Nunca les creyeron cuando les contaban que
vivían en sus propios jardines. Pero de pronto dejaron de estar.
IV
La locura de los tours para
ver el último pájaro no tuvo precedentes. Millones armados con binoculares y
cámaras. El satélite seguía ubicando al último pájaro conocido como águila de
cabeza calva o rey de los zopilotes. Por aire y tierra lo buscaron por varios
días y no aparecía. Posiblemente era otro truco publicitario. Las agencias jugaban
con el síndrome de la nostalgia de los tiempos perdidos, sacando jugosas ganancias.
A las dos semanas sólo quedaba un puñado de turistas. Siempre habrá, mientras
exista vida humana, un grupo que conserve la fe. En la tarde de un día cualquiera,
ocurrió el milagro. El rey de los zopilotes cruzó el cielo, con su cabeza calva
y su pelota crema en el pecho. No lo podían creer. Se arrodillaron los
turistas, alzaron las manos, oraron en agradecimiento, lloraron mientras el
pájaro carroñero cruzaba el cielo antes sus ojos. La imagen recorrió el mundo
gritando la esperanza. Del rey de los zopilotes misteriosamente los satélites
dejaron de captar su imagen. Apenas cruzó el moribundo bosque de Monteverde,
nunca más se conoció de otro pájaro vivo surcando los cielos.
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