agosto 07, 2012

205. Incubación del monstruo



Mario Valverde M.  

Ella dijo desde la cárcel, un año antes de morir por sus crímenes, en sus 756 cartas que envió a su amiga C.: “Nadie me ayudó en el momento que más necesitaba”.

El odio le creció como la hierba en la pared. Cuando mató, lo hizo con mucha saña. Hasta nueve disparos le propició a una víctima y jamás (eso lo aceptó siempre en los interrogatorios), nunca se arrepintió. Ella simplemente nunca supo dirigir su vida, porque sencillamente nadie le dijo cómo hacerlo.
 
 
La construcción cognitiva del mal
 
Su padre era alcohólico y drogadicto; era bipolar y nunca se medicó. Era violento y obsesivo por el sexo; pegaba a su madre. Su madre, a su vez, era prostituta, tenía ataques maniaco depresivos, casi nunca dormía y se la pasaba hablando toda la noche. Los hijos vinieron y nadie supo cómo fueron creciendo. El barrio los educó, la esquina, la escuela y el supermercado de la droga y el odio. Sexo y droga llegaron a la corta edad; eso le permitió alejarse de las locuras de sus padres. Luego vino el robo, las armas y todo tipo de placer, donde las mujeres llevan las de perder. Así se fueron construyendo las puertas invisibles cognitivas de la construcción de la mente criminal, las ventanas del mal, el odio contra “los otros”, los “culpables invisibles”, “los normales”, “los que no son como ellos” (especie de ética de la lucha de clases). Y así nace el programa del enojo irracional, construcción del monstruo paranoico, del sicópata. Entonces ya no hay vuelta de hoja, todo se ordena para destruir, para herir y herirse, matar y matarse, luego vienen los caminos de la cárcel, el hospital, el cementerio y la aceptación de la tragedia al filo de la muerte. Por supuesto, la sociedad siempre olvidará dónde nació, dónde se incubó el “monstruo”.

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