Daniel Garro Sánchez
Tuve recientemente el placer de leer la novela
breve Esqueleto de oruga (Germinal,
2010), del costarricense Guillermo Barquero, y deseo compartir con el
interesado lector algunas impresiones que me ha dejado esta agradable lectura.
Huyendo como siempre de trabazones académicas o teóricas (¿dejaré de huir algún
día?, ¿o dejarán de perseguirme algún día?...), diré lo que ordinariamente digo
al reseñar un libro: en primer lugar lo que se me antoje y en segundo lugar lo
que me entre en gana.
Que conste que lo advertí.
Así, pues, diré que Memo Barquero se
me antoja como una mezcla entre Yolanda Oreamuno y Alexánder Obando, lo cual es
bastante decir tratándose de los dos mejores escritores en la historia de Costa
Rica. No estoy diciendo que haya sido la intención de Barquero parecerse a O y
O; solo estoy afirmando impunemente que así me ha parecido.
De Yolanda tiene el estatismo, el
reposo narrativo, la reflexión por encima de la acción, la pornografía
psicológica en complicidad con una rica, riquísima prosa erizada de figuras y
artefactos. Los personajes de Barquero rara vez están haciendo algo,
simplemente “están”, en intransitivo, sin más; no transitan por una situación,
sino que la situación los transita a ellos. No son relatos para el lector que
pregunta impaciente qué pasa después y qué pasa después; ese tipo de lector que
se abstiene de ver una película si le cuentan el final porque cree
equivocadísimamente que ya no tendrá más que ver. De hecho, en Esqueleto de oruga, Memo cuenta el final
desde el principio; en todo momento sabemos cómo acaba la historia; y lo que se
nos narra es el conducto hacia ese final. Desde el principio sabemos que el
protagonista ha sido infectado por esa chica que parece tan inofensiva y que
digita en la computadora a velocidad inconcebible; lo que se nos relata es la
forma en que se produjo esta infección, y para ello, Barquero construye una
ruta simbólica y profundamente introspectiva que enlaza el extraño sonido de los
dedos de ella sobre el teclado con el sonido de los insectos, y a los insectos
con el esqueleto de la oruga, que no es otra cosa que el pene del chico, y a
este pene cadavérico con los gusanos que devoran un cuerpo en descomposición, y
a este cuerpo destruido con la infección, y a la infección con mil cosas más.
De Alex Obando tiene el desenfado, el
mango verde con limón y sal, el uso descarnado y deliciosamente impúdico del
habla popular y la cruda exposición de los asuntos sexuales, que quizá harán
persistir a los lectores más “suavecitos”.
Pero entonces, el lector que ya me
conozca bien preguntará que, siendo yo un enemigo acérrimo del uso del habla
popular en la literatura, qué fue lo que me gustó a mí de esta novela.
Sencillo: que a Memo nunca se le cae el glamour, sin importar los putazos ni
las mamadas. La novela de Barquero no es buena por el mero hecho de que utilice
el habla popular; ninguna novela es buena por el mero hecho de que utilice el
habla popular (por más que haya tantos autores y lectores que opinen lo
contrario); la novela de Barquero es buena porque sí, porque yo lo digo y punto.
Finalmente, después de leer Esqueleto de oruga y el cuentario Metales pesados (ECR, 2011), me entra en
gana decir que Guillermo Barquero es uno de los mejores escritores jóvenes con
los que contamos en nuestras letras nacionales.
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