Por Daniel Garro Sánchez
Entre las recientes producciones de género en las letras nacionales, se halla una novela que, si bien no fue enteramente de mi agrado, sí es válido comentarla para los lectores que, como yo, tenemos interés en los géneros desacostumbrados de nuestra literatura. Se trata de Un grito en las tinieblas: la vida de Zárate Arkham (EUNED, 2010), la primera novela del joven Daniel González; una novela de terror.
La obra se enmarca en la línea del terror cósmico de Lovecraft y se nutre abierta y caprichosamente (demasiado, diría yo) de elementos tan variados y a la vez tan típicos de la narrativa de terror como los vampiros, las brujas, los zombis, los demonios, los hombres lobo, el gólem, el Necronomicón, Satanás y la Legión del Mal entera, todo mezclado en un estrepitoso, erótico y violento festín monstruológico que llega a ser abrumador.
Formalmente, se narran cinco episodios en la vida de la mentada Zárate, una acaudalada y atractiva investigadora y antropóloga de padre británico y madre costarricense. El primero de estos episodios, Alaridos en la oscuridad, cuenta el peligroso encuentro de Zárate con un artista que invoca los poderes demoníacos por medio de sus pinturas. En el segundo, La canción del diablo, Zárate descubre un aterrador secreto familiar vinculado a una partitura musical demoníaca.
Linaje infernal es una crónica de la siniestra historia de los Arkham y las revelaciones cada vez más aterradoras que Zárate descubrirá en un viaje al lugar de sus orígenes. En la cuarta parte, La Misa de sangre, la Dra. Arkham se enfrentará a los vampiros rusos y algo más. Y para concluir, en El abismo de la locura, la pobre Zárate se reencuentra nada más y nada menos que con el espíritu maligno de su padre, un violador incestuoso.
La novela es fragmentaria en tanto que no existe un hilo diegético entre los cinco episodios, y lo que los une es su protagonista, Zárate Arkham, y la ominosa sombra del pasado familiar que pesa sobre ella, aún sin tener culpa ni participación en las espeluznantes acciones de las generaciones anteriores del clan. De esta forma, las cinco partes de la obra podrían leerse en distinto orden sin mayor efecto.
A mi criterio, las dos principales debilidades de la obra son, primero, ciertos usos lingüísticos muy anticuados donde se nota la influencia de Lovecraft, pero no de autores más recientes; y segundo, la generosidad con que el autor presenta y explica hechos que, si hubieran quedado ocultos, habrían aumentado el misterio y la incertidumbre de la historia. Es bueno, para futuras obras, recordar que lo que más temor produce (y también lo más apetecido), es lo oculto y lo invisible. Por otro lado, la excesiva agrupación de monstruos, alimañas y demás engendros atenta contra la verosimilitud de la historia.
Algún lector podría replicar con total validez lo siguiente: don Daniel Garro, ¿qué verosimilitud puede tener una obra que incluye el catálogo de cosas sobrenaturales que usted ha mencionado?; y por consiguiente, ¿por qué entonces debería el autor preocuparse por esa verosimilitud que no es tal? Mi primera respuesta sería aceptar que el astuto lector tendría toda la razón. Pero también agregaría que para Daniel Garro, existe la verosimilitud basada en la realidad material, y también la verosimilitud interna de la obra, basada en las normas del mundo narrado. El hecho de que las normas de ese mundo permitan la existencia de vampiros, demonios y otros bichos, no significa que el narrador pueda descuidar ciertos asuntos de una lógica que debe regir incluso en ese mundo.
A la par de sus fallos, cabe destacar las fortalezas de la obra de mi tocayo. La constante alusión a crímenes horrendos y al satanismo produce una buena sensación de lo terrorífico, y ayuda a crear la atmósfera gótica y oscura de la historia. En este mismo sentido, también es buena la construcción de la historia y la genealogía de los Arkham, y el ambiente de habladuría, leyenda y animadversión que la rodea.
Una vez asimiladas las debilidades de la obra, la intriga intriga, valga la redundancia, y la narración atrapa y fluye bien, excepto, quizá, para los lectores exigentes; pero para aquellos deseosos de encontrar muestras de este género en nuestra literatura, y que sepan anteponer ese interés a las cuestiones formales, la novela de González cumple.
Toda obra literaria, sin importar consideraciones de buena o mala calidad, es susceptible de ser analizada desde diferentes perspectivas, y no faltará nunca algún ámbito donde la obra llegue a tener relevancia. En el caso que nos ocupa, su importancia podría residir en el valor agregado, puramente ajeno a lo estético, de ser una de las pocas y primeras producciones literarias de esta clase en el país, y de la mano de una editorial del Estado... lo que siempre es buena señal.
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