marzo 17, 2011

Cuando las palabras no son suficientes

Por Daniel Garro Sánchez

Hoy quisiera referirme a una de mis películas favoritas: Close Encounters of the Third Kind (1977), de Steven Spielberg. Reconocida como una película de ciencia ficción que supuestamente trata sobre extraterrestres, mi buen lector verá que los ovnis y los extraterrestres son realmente los temas secundarios, porque el tema principal de esta magnífica película es la necesidad de la comunicación, sobre todo cuando los medios habituales de comunicación no funcionan, y cuando las palabras no son suficientes.


Estamos de acuerdo en que es ciencia ficción y en que hay ovnis y extraterrestres; pero más allá de eso, la película muestra el afán de diversos personajes tratando de comunicarse entre ellos y tratando de comprender juntos la situación extraordinaria en la que están involucrados, en un compendio de diferentes situaciones donde la comunicación convencional no puede establecerse.

En la primera escena, en el Desierto de Sonora (que abarca territorios estadounidenses y mexicanos), cuando aparece misteriosamente un escuadrón de aviones perdido durante la Segunda Guerra Mundial, el grupo de investigadores que estudia el caso, liderado por el científico francés Claude Lacombe (interpretado por Francois Truffault), se topa primero con un conmocionado oficial mexicano al que no le entienden ni media palabra, y luego con un anciano que resulta ser el único testigo presencial del momento en que aparecieron los aviones sobre la arena. Solo gracias a un traductor conocen las palabras del anciano: El sol salió de noche... y me cantó.

Así mismo, el personaje de Lacombe necesitará un traductor durante toda la película para hacerse entender. En una escena posterior, cuando los científicos viajan a la India para investigar otro avistamiento de ovnis, vuelven a necesitar un traductor, esta vez de hindi (ya que así es como se llama la lengua mayoritaria de la India, y no hindú, y mucho menos indio). Una multitud de testigos del fenómeno canta insistentemente la famosa melodía de cinco notas que distingue a la banda sonora de la película, y cuando los científicos preguntan, traductor de por medio, de dónde provino esta melodía, la multitud responde sin palabras, con un gesto indiscutible y definitivo, con sus dedos señalando hacia el cielo. Poco después, el señor Lacombe realiza una exposición donde utiliza el lenguaje de signos manuales desarrollado por Zoltán Kodaly para la educación musical, y traslada a este lenguaje las cinco notas de la bella y misteriosa melodía.

En tanto, el protagonista de la película, Roy Neary (interpretado por Richard Dreyfuss), a la par de lidiar con las extrañas consecuencias de un encuentro cercano (demasiado cercano) con un ovni, debe atravesar por el derrumbe de su matrimonio, ante la imposibilidad de comunicarse efectivamente con su familia. Después de recibir por teléfono la noticia de que Roy ha sido despedido, su esposa dice, al borde del llanto: ¡Ni siquiera quisieron hablar contigo!

En este caso, había palabras, pero la comunicación fracasó.
Por su parte, los extraterrestres utilizan sus propios medios alternativos de comunicación para concertar la “cita a ciegas” de la humanidad con ellos. Las cinco notas de la melodía contienen las coordenadas terrestres del sitio del encuentro: la montaña conocida como Torre del Diablo, en Wyoming. Así mismo, gran cantidad de personas en diferentes lugares (entre ellas Roy), después de haber tenido su encuentro cercano con las naves visitantes, ven la figura mental de cono truncado de la Torre del Diablo, y la representan con una necesidad obsesiva a través de dibujos, figuras, esculturas y maquetas. Todos los personajes, civiles, científicos y militares, serán conducidos a la montaña, y a uno de los más grandiosos finales que haya visto la historia del cine, donde extraterrestres y humanos se comunicarán a través de enormes sistemas de sonido, música (utilizando como base las cinco notas recurrentes) y señales de luces. Jamás habrá un intercambio de palabras entre las dos especies; pero el objetivo sublime de la comunicación será alcanzado. Es irresistiblemente llamativo que el traductor del señor Lacombe resulte ser cartógrafo y que sea el primero en deducir que las numeraciones contenidas en las cinco notas musicales son las coordenadas de la Torre del Diablo.

Ahora bien, el otro elemento manejado constantemente en el filme es la incertidumbre ante la ruptura de la comunicación, o ante la imposibilidad de la comunicación. Durante gran parte del filme, la actitud de los interlocutores extraterrestres producirá sensaciones que irán desde la extrañeza hasta el pánico, llegando a la cumbre del terror en la escena de la abducción del pequeño Barry, y las intenciones de los alienígenas pueden ser interpretadas como hostiles. El personaje de Roy siente aprehensión y la misma hostilidad cuando es capturado por los militares e interrogado por Lacombe y su gente; y esos pequeños lapsos de incertidumbre, de apenas segundos o hasta fracciones de segundo que median entre lo dicho por Lacombe y lo correspondiente por su traductor, esos segundos o fracciones de segundo que tanto Roy como los espectadores deben aguardar para saber lo que dice el hombre que lo interpela, son reducciones en escala de la misma incertidumbre que reina durante el tiempo en que se desconocen las intenciones de los extraterrestres.

Pero no hace falta tener un encuentro cercano de ningún tipo para experimentar esta incertidumbre. En lengua inglesa, la palabra alien significa ajeno, extraño, extranjero, forastero; alien laws significa leyes de extranjería. ¿Quién no ha sentido alguna vez la incertidumbre con algún extranjero que intenta comunicarse en un malogrado español y gestos exagerados (que ordinariamente no usaría) que tratan de complementar el vacío léxico? ¿No nos ha parecido alguna vez gracioso y risible un turista en esta situación? ¿No hemos malinterpretado la actitud de un extranjero o incluso de un compatriota que se expresa con una lengua distinta? ¿No ha terminado en trifulca una falla de la comunicación entre personas de distintas lenguas y naciones? ¿No han ido a la guerra dos naciones porque no lograron comunicarse?

Me sucedió en cierta ocasión, en uno de los baños de la Facultad de Letras de la Universidad de Costa Rica, que mientras me lavaba las manos, el hombre que hacía lo propio en el otro lavatorio se dirigió a mí con dos palabras que no comprendí. Siendo lo que soy –un ser humano, producto de sus circunstancias-, imaginé en un segundo muchas posibilidades para explicar el gesto: drogas, alcohol, demencia, cámara escondida, escuchó las palabras en una canción y se le quedaron pegadas (síndrome de disco rayado), etc., etc., etc. 

Tratándose de la Universidad de Costa Rica y su multitud de fenómenos culturales y la excentricidad de su gente, resté importancia al hecho y lo deseché como una rareza más que, a la par de infinidad de otras rarezas, era insignificante y nada sorpresiva para mí. Y con la altanería de un usuario de la lengua y dueño del territorio sobre el que vegeta (lo admito no sin algo de vergüenza), consideré que alguien que no se dirigía a mi persona en buen español, no merecía mi tiempo.

Minutos después, el hombre entró al salón de clase donde yo me encontraba y en correctísimo español se rebeló como un líder activista de los derechos indígenas; y resultó que las dos misteriosas palabras que me había dirigido en el baño, eran buenos días. El hombre solo había tratado de establecer la comunicación conmigo.

Sea entre humanos y extraterrestres, o entre humanos y humanos, propios o extraños, aliens o no, la necesidad de comunicación es tan imperiosa como la necesidad de respirar; es una función vital. Basta con observar a los bebés (que carecen de palabras, pero se las arreglan para comunicarse con su propio lenguaje) para ver esta función manifestada.

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