¿Qué podemos entender por ser humano? Quizás esta sea la gran pregunta por resolver. Es decir, ¿es una construcción biológica o una construcción social, o ambas? Y en todo caso, ¿cuál pesa más a la hora de tomar nuestras decisiones?
“Rashomon” es uno de los cuentos más famosos de la literatura universal, escrito por R. Akutagawa (1892-1927), japonés que vivió tan sólo 35 años; sin embargo, en su corta vida escribió cerca de 100 relatos, numerosas crónicas de viajes y ensayos críticos. Su cuento más famoso sin duda es “Rashomon”, llevado al cine por el director A. Kurosawa en 1950, donde lo une con otro cuento, “En el Bosque”, dando lugar a una de las películas más importante del cine japonés de post-guerra.
El cuento de siete cuartillas, trata de un sirviente despedido que trabajó para un samurái. El lugar Kyoto, ciudad que había sufrido una serie “de calamidades: terremotos, incendios y carestías la habían llevado a una completa desolación”. La atmósfera pueden imaginársela. Una ciudad negra, sin espíritu, sin esperanza, donde sólo queda la propuesta del sálvese quien pueda.
El sirviente desocupado con su gastado kimono, sin saber qué hacer, se acerca a un edificio devastado, Rashomon, ubicado sobre la avenida Suyaku, convertido en un “depósito de cadáveres anónimos”. No sabe qué hacer, simplemente se dedica a contemplar el torrencial aguacero. Eso era todo. No tenía dónde ir. Y este es el preciso momento cuando todo cambia en nuestras vidas. Cuando el instinto se enfrenta a la conciencia construida por valores preestablecidos. Es decir, el sirviente tenía que elegir entre saciar el hambre, someterse al suicidio o esperar la muerte. Y en todo caso, SI NO ELEGÍA -cruce del instinto sacando valores de la profundidad- posiblemente, se dijo, quedaría como un cobarde.
Por el momento, decidió quedarse a dormir. Capeando cadáveres, subió a la torre. En lo alto se encontró con una “vieja escuálida, canosa y con aspecto de mona”. El oficio de la vieja era arrancarle el cabello uno por uno a los cadáveres para hacer pelucas. Para el sirviente del samurái, esa acción horrorosa era un pecado imperdonable. A partir de aquí nace esa galaxia de las extrañas decisiones de la mente, entre morir de hambre o convertirse en ladrón, salida de la fuerza del instinto de sobrevivencia, en oposición a los valores de una cultura milenaria. Al sirviente le queda un último ataque de odio contra la acción deleznable de la anciana. Será el último. Despoja a la vieja de su ropa. El genial cuento termina con un final abierto, con un hombre nuevo dispuesto a todo. “Adónde fue el sirviente, nadie lo sabe”. Como nadie puede saber, ni predecir la Naturaleza Humana en circunstancias límites.
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