Presentación del libro El fin del mundo: cuentos apocalípticos, efectuada en el Instituto México el 6 de junio de 2012
Daniel Garro Sánchez
En vista de que hay tanta gente con el extraño deseo de destruir el mundo (y no me refiero a Hollywood), Clubdelibros ha tenido la ocurrencia de sacarle provecho a esta moda apocalíptica para producir su cuarta antología de literatura de género: El fin del mundo: cuentos apocalípticos.
El propósito es el mismo de sus tres antologías anteriores: el estímulo de la producción literaria de género (es decir, lo que hemos convenido en llamar literatura fantástica, ciencia ficción y terror), la promoción de nuevos autores, y el incentivo de la lectura, lo cual ha sido la principal tarea de Clubdelibros desde hace más de diez años.
Con este propósito se convocó el certamen por medio del cual se ha seleccionado a doce autores muy creativos (y muy destructivos, también), cuya principal característica es tener pocas publicaciones, o incluso ninguna. La mayoría de ellos son jóvenes (incluso tenemos el caso de una autora de diecisiete años); a algunos ya los conocemos, como a Fabián Porras, y algunos ya han trabajado con Clubdelibros anteriormente, como Ericka Lippi; pero la mayoría están haciendo su debut esta noche, con este libro. Y siguiendo la filosofía de sus libros anteriores, Clubdelibros ha invitado a seis escritores nacionales de amplia trayectoria, para que acompañen a estos doce seleccionados en la antología y que en cierto modo los “apadrinen”, como reza el texto de la solapa. Estos autores invitados, además de contar con largas trayectorias de publicación de novela, cuento y poesía, son también ganadores de diferentes premios de literatura dentro de nuestro país y fuera de este (incluyendo el Premio Nacional Aquileo J. Echeverría y hasta premios de festivales de cine); hay autores seleccionados en el plan de lectura del Ministerio de Educación Pública, hay un miembro de la Academia Costarricense de la Lengua, etc.
Como miembro del jurado que seleccionó los relatos, debo decir que nos ha sorprendido la calidad y la originalidad de sus autores, y también de los concursantes que no fueron seleccionados, porque hubo cuentos que dolorosamente han debido quedarse fuera de esta antología, pero que aún así, tienen un gran potencial. Si algunos de los autores no seleccionados se encuentran aquí esta noche, nuestro mensaje para ellos es que no se desanimen, que sigan con su labor creativa y que busquen siempre la mejora constante y el aprendizaje.
Finalmente, les comento que yo también quería formar parte de esta fiesta, quería tomar mi propio instrumento y ser otro ejecutante en esta Sinfonía de la Destrucción; pero después de semejante catálogo de dieciocho formas de destruir el mundo, no quedó gran cosa que yo pudiera destruir, y por lo tanto, he tenido que conformarme con hacer el epitafio del mundo:
Aquí yace el mundo, sepultado bajo estas páginas.
Evelyn fue la jueza, el jurado, el testigo, el fiscal y, no contenta con la idea de ser también el verdugo, decidió mostrar la cumbre de su sadismo y sentarse a presenciar la ejecución, que llegaría de la mano de esta multitud de verdugos, cada uno con su estilo, con su método, con su instrumento; una ejecución exhibicionista, lenta y rebuscada, de una legión por una legión, y para deleite de una legión. Iván lo escoltó al patíbulo con su ejército de fantasmas sin pasado, fantasmas que no necesitaron morir para existir, pero sí matar para sobrevivir; y Chamu hizo lo propio con su legión de caminantes, su marcha de sonámbulos, de “durmientes que no pueden dormir”. Sergio lo desmembró; pero teniendo el cuidado de no matarlo para que los demás pudieran divertirse también. Fabián lo aplastó bajo los pies de titanes que, irónicamente, se ocultaban bajo los pies del mundo. William lo destruyó de la manera convencional: liberando a los demonios del infierno... pero unos demonios nada convencionales. Los hermanos Saravia, cada uno con su estilo, le tendieron una trampa y lo torturaron con una quimera, un espejismo, un engaño, un final que parecía llegar de una forma, pero llegó de otra completamente imprevista. Juan también lo engañó, le ofreció que lo protegería, lo manipuló hasta tenerlo a su merced, como un ratón entre las patas del gato, y con el mismo sadismo, aguardó hasta el final para revelarle que siempre había sido un verdugo más. Marcela lo enterró vivo en una catacumba, cuya entrada fue sepultada por Alex, bajo una nube de escombros y una nube de insania... y un montón de “néctar de venado”. José Pablo, nuestro querido Hermes, lo hizo inmortal para que no se ahogara... antes de lo debido. Rebecca lo acosó hasta volverlo paranoico y hacerlo atacarse a sí mismo; Amanda se volvió demente tratando de destruirlo, y Rodrigo lo aniquiló de todas las formas posibles, pero sin que nos diéramos cuenta. Ericka y Mauricio no lo destruyeron; pero Mauricio nos mostró lo mucho que podríamos querer destruirlo; y Ericka nos mostró lo poco que podría importarnos destruirlo. Rafael Ángel le brindó los santos óleos y puede ser que haya escuchado su confesión; mientras que Alfredo fue el único que le concedió alguna catársis, y quizá el chance para decir sus últimas palabras... pero de cualquier forma lo ejecutaron. Aquí yace el mundo. Paz a sus restos.
Daniel Garro Sánchez
En vista de que hay tanta gente con el extraño deseo de destruir el mundo (y no me refiero a Hollywood), Clubdelibros ha tenido la ocurrencia de sacarle provecho a esta moda apocalíptica para producir su cuarta antología de literatura de género: El fin del mundo: cuentos apocalípticos.
El propósito es el mismo de sus tres antologías anteriores: el estímulo de la producción literaria de género (es decir, lo que hemos convenido en llamar literatura fantástica, ciencia ficción y terror), la promoción de nuevos autores, y el incentivo de la lectura, lo cual ha sido la principal tarea de Clubdelibros desde hace más de diez años.
Con este propósito se convocó el certamen por medio del cual se ha seleccionado a doce autores muy creativos (y muy destructivos, también), cuya principal característica es tener pocas publicaciones, o incluso ninguna. La mayoría de ellos son jóvenes (incluso tenemos el caso de una autora de diecisiete años); a algunos ya los conocemos, como a Fabián Porras, y algunos ya han trabajado con Clubdelibros anteriormente, como Ericka Lippi; pero la mayoría están haciendo su debut esta noche, con este libro. Y siguiendo la filosofía de sus libros anteriores, Clubdelibros ha invitado a seis escritores nacionales de amplia trayectoria, para que acompañen a estos doce seleccionados en la antología y que en cierto modo los “apadrinen”, como reza el texto de la solapa. Estos autores invitados, además de contar con largas trayectorias de publicación de novela, cuento y poesía, son también ganadores de diferentes premios de literatura dentro de nuestro país y fuera de este (incluyendo el Premio Nacional Aquileo J. Echeverría y hasta premios de festivales de cine); hay autores seleccionados en el plan de lectura del Ministerio de Educación Pública, hay un miembro de la Academia Costarricense de la Lengua, etc.
Como miembro del jurado que seleccionó los relatos, debo decir que nos ha sorprendido la calidad y la originalidad de sus autores, y también de los concursantes que no fueron seleccionados, porque hubo cuentos que dolorosamente han debido quedarse fuera de esta antología, pero que aún así, tienen un gran potencial. Si algunos de los autores no seleccionados se encuentran aquí esta noche, nuestro mensaje para ellos es que no se desanimen, que sigan con su labor creativa y que busquen siempre la mejora constante y el aprendizaje.
Finalmente, les comento que yo también quería formar parte de esta fiesta, quería tomar mi propio instrumento y ser otro ejecutante en esta Sinfonía de la Destrucción; pero después de semejante catálogo de dieciocho formas de destruir el mundo, no quedó gran cosa que yo pudiera destruir, y por lo tanto, he tenido que conformarme con hacer el epitafio del mundo:
Aquí yace el mundo, sepultado bajo estas páginas.
Evelyn fue la jueza, el jurado, el testigo, el fiscal y, no contenta con la idea de ser también el verdugo, decidió mostrar la cumbre de su sadismo y sentarse a presenciar la ejecución, que llegaría de la mano de esta multitud de verdugos, cada uno con su estilo, con su método, con su instrumento; una ejecución exhibicionista, lenta y rebuscada, de una legión por una legión, y para deleite de una legión. Iván lo escoltó al patíbulo con su ejército de fantasmas sin pasado, fantasmas que no necesitaron morir para existir, pero sí matar para sobrevivir; y Chamu hizo lo propio con su legión de caminantes, su marcha de sonámbulos, de “durmientes que no pueden dormir”. Sergio lo desmembró; pero teniendo el cuidado de no matarlo para que los demás pudieran divertirse también. Fabián lo aplastó bajo los pies de titanes que, irónicamente, se ocultaban bajo los pies del mundo. William lo destruyó de la manera convencional: liberando a los demonios del infierno... pero unos demonios nada convencionales. Los hermanos Saravia, cada uno con su estilo, le tendieron una trampa y lo torturaron con una quimera, un espejismo, un engaño, un final que parecía llegar de una forma, pero llegó de otra completamente imprevista. Juan también lo engañó, le ofreció que lo protegería, lo manipuló hasta tenerlo a su merced, como un ratón entre las patas del gato, y con el mismo sadismo, aguardó hasta el final para revelarle que siempre había sido un verdugo más. Marcela lo enterró vivo en una catacumba, cuya entrada fue sepultada por Alex, bajo una nube de escombros y una nube de insania... y un montón de “néctar de venado”. José Pablo, nuestro querido Hermes, lo hizo inmortal para que no se ahogara... antes de lo debido. Rebecca lo acosó hasta volverlo paranoico y hacerlo atacarse a sí mismo; Amanda se volvió demente tratando de destruirlo, y Rodrigo lo aniquiló de todas las formas posibles, pero sin que nos diéramos cuenta. Ericka y Mauricio no lo destruyeron; pero Mauricio nos mostró lo mucho que podríamos querer destruirlo; y Ericka nos mostró lo poco que podría importarnos destruirlo. Rafael Ángel le brindó los santos óleos y puede ser que haya escuchado su confesión; mientras que Alfredo fue el único que le concedió alguna catársis, y quizá el chance para decir sus últimas palabras... pero de cualquier forma lo ejecutaron. Aquí yace el mundo. Paz a sus restos.
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