Mario Valverde M.
Volver es recordar, sí. Pero devolverse a las edades
donde los hijos-hijas estaban pequeños, de pañales, o dando sus primeros pasos,
devolverse a la escuela, a los primeros años de trabajo, parece que no es del
agrado de los mortales.
Quizás pueda explicarse
por el mismo fenómeno de la expansión del Universo. No queremos el regreso a
vidas pasadas con sus obligaciones o experiencias de vida ya recorridas:
guerras, luchas amorosas, acosos laborales, tedio de los exámenes, sobre todo,
cuando se trata de memorizar textos, fechas y fórmulas; dolores físicos,
desempleo unido a familias que mantener. No regresar jamás es el común
denominador en las conversaciones del día a día. Sabemos del destino del
horizonte bien descrito por estos versos de Rubén Darío: “Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto, y el temor de haber sido y
un futuro terror…”, pero, a pesar de la desembocadura de las energías de
la Vida, preferimos no regresar a muchas de nuestras vivencias, ni en sueños,
agregaría. Es posible que el péndulo del máximo desarrollo de la existencia es
parte de ese misterio de la existencia, a lo mejor las plantas, los animales y
hasta las galaxias, estén más definidos en ese tema del no devolverse por no
contar con memorias regresivas. O quizás, ese no querer devolverse es el truco
para no tener otra opción que abrirnos paso hacia adelante, siempre hacia
adelante, dejando estelas de malos y buenos recuerdos tendidos en el “caminante
no hay camino/ se hace camino al andar”, del poeta Machado.
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