enero 10, 2013

214. Latinos y mahlerianos (parte 2)

Daniel Garro Sánchez

       La semana pasada comencé a referirme a dos grandes auges que ha experimentado la música sinfónica en los tiempos recientes; el primero de ellos, que ya comenté, es el de la música de Gustav Mahler, quizá el compositor que más se graba y se escucha en la actualidad; y el segundo es el que voy a comentar en esta ocasión: el de las composiciones, las orquestas, los directores y los intérpretes de origen latinoamericano.
       Queda este fenómeno evidenciado en la presencia cada vez mayor de compositores de nuestra región en las salas de conciertos europeas y estadounidenses, en las grabaciones de sellos tan prestigiosos como Deutsche Grammophon, y en los repertorios de orquestas tan emblemáticas (y antaño conservadoras) como la Filarmónica de Berlín. Nombres como Alberto Ginastera, los clásicos Heitor Villalobos y Silvestre Revueltas, y el muy reciente y muy de moda Arturo Márquez, son cada vez más frecuentes en las salas de conciertos y en los estudios de grabación.
    También se evidencia este auge en la fuerte presencia de orquestas, directores e intérpretes latinoamericanos. Es preciso mencionar aquí el “milagro” (como ha llegado a nombrársele) de las orquestas juveniles venezolanas y el Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela, cuyas bases fueron desarrolladas por el director José Antonio Abreu en 1975. Este sistema de enseñanza y formación de jóvenes músicos ―que por fortuna ha recibido siempre el apoyo del gobierno venezolano, con todas sus vicisitudes― ha llamado la atención del viejo continente, que se muestra fascinado por la calidad técnica y la exuberante frescura de los intérpretes latinos. Actualmente, los rostros más visibles del “Sistema” son los de la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar, su hermana menor la Orquesta Sinfónica Juvenil Teresa Carreño, y el joven y aclamado director Gustavo Dudamel, quien actualmente dirige en forma titular a la Simón Bolívar y a la Filarmónica de Los Ángeles, y es invitado frecuente de la Filarmónica de Berlín y la Sinfónica de Gotemburgo, solo por mencionar algunas.
      El poderoso conjunto de la Simón Bolívar dirigida de Dudamel se ha apropiado de tal forma de obras como la Suite Estancia de Ginastera o el West Side Story de Leonard Bernstien (una muestra más de la influencia latina en la música anglosajona), que ya casi es difícil imaginar otras interpretaciones del Malambo y del Mambo que no sean las de Dudamel y compañía.
      En Costa Rica, el Danzón no. 2 de Arturo Márquez (otra pieza fuertemente aprovechada por Dudamel) se incluyó en el segundo concierto de la temporada 2012 de la Orquesta Sinfónica Nacional; y durante la Noche Sinfónica (parte de los eventos de inauguración del nuevo Estadio Nacional), la Orquesta Sinfónica Juvenil hizo su propia desaforada y entusiasta versión del Mambo de Bernstein.
      Cabe mencionar también el trabajo de la joven directora mexicana Alondra de la Parra, fundadora de la Orquesta Filarmónica de las Américas y recientemente nombrada como directora artística de la Orquesta Sinfónica de Jalisco, al mando de la cual ha cosechado comentarios positivos y grandes elogios por el aumento en el nivel técnico de la agrupación. Alondra ha sido directora invitada de la Simón Bolívar y ha trabajado en proyectos musicales con figuras tan diversas como Plácido Domingo, Joshua Bell, Natalia Lafourcade y el reconocido actor Geoffery Rush. Su trabajo, además del repertorio sinfónico tradicional, se ha enfocado en la difusión de la música latinoamericana.
    Después de estas breves, muy breves exposiciones que he hecho apenas para despertar el interés del lector y el melómano, solo me resta señalar de qué forma han venido a mezclarse las dos “fiebres” (la mahleriana y la latina), para lo cual dedicaré el rincón de la próxima semana.

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