Cuando
las casas se alquilaban por 30 pesos...
Rafael Ángel Méndez Alfaro
Encargado del Programa de
Estudios Generales
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A fines del siglo XIX. El alquiler de
casas y habitaciones nos cuenta mucho de nuestro pasado
“IMPORTANTE.
Se alquila una casa de construcción moderna, situada en el Chile,
Este
anuncio deja ver un rasgo sintomático del crecimiento urbano de la principal
ciudad del país: la presencia significativa de oferta habitacional. Ligado a lo
anterior, se percibe la coexistencia de elementos típicamente rurales, como la
diseminación de núcleos familiares compuestos por muchos miembros (“familia
numerosa”) y la disponibilidad de espacios agrarios destinados al cultivo
hortícola para el consumo doméstico.
En
ese contexto, el análisis del alquiler de viviendas permite una aproximación a
las formas de vida que desarrollaron muchos costarricenses de aquella época.
Comodidades deseables. Los anuncios de prensa donde se
ofrecen viviendas en alquiler destacan un conjunto de ventajas. La primera se
vincula a la ubicación del inmueble. Los alquileres tendían a ser mayores si la
casa era céntrica, por ejemplo, en los alrededores de iglesia de La Merced, la
Escuela Normal o el Teatro Nacional. Los alquileres también subían si la casa
ofrecida estaba próxima a las residencias de personas conocidas, como Tomás
Soley, Andrés Venegas y Félix Arcadio Montero. En los anuncios aparecían estas
referencias.
Igualmente
se encarecía el alquiler si las viviendas estaban amuebladas, si se arrendaban
“con agua adentro” (con el servicio de agua potable de cañería), o si eran
espaciosas, con solar.
Algunos
avisos llaman la atención por las condiciones en las que se ofrecían: “Por
$30-00 mensuales alquilo una bonita casa compuesta de sala, tres dormitorios,
comedor, excusado y un corredor para leña, situada en la Avenida 11 Oeste,
número 279, frente a don Hermenegildo Fuentes” ( El Heraldo , 26/5/1893). En este caso, el dueño de la vivienda
expresaba sin reservas las características del inmueble.
La
oferta creciente de viviendas para renta en la ciudad capital y sus alrededores
resulta un claro indicador de un doble fenómeno experimentado por el país en
materia demográfica.
En
primer lugar, dicha oferta revela la significativa expansión demográfica
sostenida por el país en el siglo XIX, que llegó a 250 000 personas en el Censo
de 1892, con 80% ubicado en el Valle Central. A inicios de 1800, el total de
población rondaba las 52 000 personas.
En
segundo lugar, la oferta de alquileres evidencia la gran densidad demográfica
de la ciudad capital, que concentraba cerca de 40% de total de habitantes del
interior del país. De estos, unos 12 000 eran de origen foráneo,
primordialmente europeo.
Esa
importante concentración poblacional traía consigo la demanda de servicios de
arrendamiento de espacios, ya sea de carácter residencial o para fines
comerciales.
Los precios. Los costos del alquiler de viviendas
y habitaciones estaban sujetos al tamaño, la ubicación y las condiciones
estructurales del inmueble. Casas grandes para “familias numerosas”, situadas
en la ciudad capital, se ofrecían por 75 pesos; en tanto, residencias de
similares condiciones, frente a la calle real en el centro de Cartago, se alquilaban
por 50 pesos.
Esa
diferencia constituye un indicio de que la plusvalía de las propiedades era,
desde entonces, mayor en la ciudad capital que en las cabeceras de provincia
del Valle Central.
Otras
viviendas se publicitaron para alquiler de “familias regulares”; esto es, de
núcleos de una cantidad menor de integrantes.
Los
precios oscilaban entre 40 y 60 pesos en San José, y entre 30 y 50 pesos en las
poblaciones de sus alrededores. Un ejemplo es este: “Por $40 alquilo casa para
una regular familia” (La República,
7/7/1887).
Dentro
del renglón de los precios también se destacaba el alquiler de “piezas”. En
este particular, el costo más frecuente era de 6 pesos por habitaciones
individuales situadas en el corazón de San José. La condición habitual de estos
alquileres era que tuvieran puertas de acceso directo a la calle y fuesen
espaciosas.
Es
común encontrar hogares capitalinos que alquilaban un cuarto de sus residencias
a extranjeros establecidos en el país, con el propósito de que estos se
hospedaran y a la vez impartieran clases de inglés, contabilidad, piano y otras
profesiones a hijas e hijos de familias criollas con cierto poder adquisitivo.
Con
prácticas de esta naturaleza, se obtenían ingresos adicionales para afrontar
los gastos familiares, y los extranjeros encontraban una opción de hospedaje de
menor costo que la contratación de una habitación de hotel.
Para comercio. “Se alquilan dos piezas de los
bajos de mi casa; están contiguos y una de ellas es esquinera. Son propias para
establecer negocios de pulpería, lavandería de sombreros o cualquier clase de
taller de industria. Se hallan situadas a cien varas al sur del Teatro” (La Gaceta. Diario Oficial, 24/1/1885).
El
anuncio anterior muestra un uso adicional de ciertas viviendas y habitaciones
localizadas en la capital. La proximidad de los domicilios a las iglesias,
instituciones de gobierno y teatros del centro de San José, deja ver una ciudad
de predominio residencial, dispuesta a la promoción de alquileres que
privilegiaban el sector de los servicios.
Uno
tras otro, los anuncios de prensa que invitan a personas para que residan en
casas y habitaciones, se combinan con avisos que alquilan espacios destinados a
casas de huéspedes, restaurantes y tiendas de abarrotes.
Desde
el punto de vista comercial, San José se convierte en una urbe en ascenso,
llena del colorido rural evocado en los poemas costumbristas de Magón.
San
José era entonces una ciudad plena de habitantes foráneos y criollos, que
llegaban en busca de oportunidades y de “progreso”; al fin, ciudad coqueta ante
el guiño del capitalismo que no tardó en asentarse en sus lares.
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