Rafael Ángel Méndez Alfaro
Encargado
del Programa de Estudios Generales
· Encaladas. Lucir los
exteriores de las viviendas capitalinas revestidos de cal era una norma hacia
mediados del siglo XIX.
“Construido
en su mayor parte de adobes –ladrillos secados al sol- y encalado de pies a
cabeza, San José se ve limpio y claro”. Con estas palabras describía el paisaje
josefino Thomas Francis Meagher, irlandés de origen y estadounidense por
naturalización, cuando estuvo de paso por Costa Rica en 1858.
Para
entonces, dadas las precarias condiciones de crecimiento material que vivía la
joven nación, resultaba muy frecuente el uso de la cal como un revestimiento
para las paredes de viviendas en la ciudad capital y sus alrededores.
La
cal, material de bajo costo producido en Costa Rica, constituía una alternativa
muy viable para uniformar el color de las sencillas moradas que proliferaban en
el centro del país, de tal manera que proporcionaban esa imagen de pulcritud
que esbozaba de forma precisa el visitante irlandés.
El
relato de Meagher forma parte de un conjunto variado de anotaciones dejadas
para la posteridad por diversos extranjeros, primordialmente europeos, que
visitaron Centroamérica durante el siglo XIX, en las cuales describieron
múltiples aspectos de la vida y las costumbres de las poblaciones locales.
Filántropos y
peregrinos. Robert
Glasgow Dunlop, viajero escocés establecido temporalmente en Costa Rica en
1844, evocaba un panorama desolador en materia habitacional para la capital.
Dunlop señalaba: “Las casas nunca tienen más de un piso; unas pocas son de
piedra, pero, con mucho, la mayor parte de tierra”. Esta descripción parece
confirmar la idea de una precaria herencia colonial en Costa Rica.
Otro
viajero, Wilhelm Marr, este de origen alemán, parecía coincidir con Glasgow
cuando en 1852 indicó lo siguiente de las viviendas josefinas: “Las grandes
ventanas corredizas no tienen cortinas y las persianas son igualmente
desconocidas”. Marr, sin embargo, destacaba con cierto escepticismo que “A
veces hasta se ven preciosos espejos colgando de una pared blanca”; o bien,
llegó a afirmar que al interior de ciertas moradas “contra la pared blanca se
pavoneaba orgullosamente un reloj con imitaciones de bronce”.
Estas
expresiones, no exentas de colorido, dejan ver algunos aspectos interesantes. En
primer lugar parece claro que los lujos en asuntos de decoración de interiores
era algo inusual en las viviendas instaladas en la capital. Por otra parte,
Marr confirma la sensación manifiesta por otros foráneos acerca de lo
inmaculadas que descollaban las paredes de adobe levantadas en San José.
Antes
de estos extranjeros, el viajero inglés John Hale, en 1825, pocos años después
de haberse efectuado la independencia de Centroamérica, parecía sugerir que la
blancura de las casas del centro del país constituía una especie de legado
colonial. De visita en Costa Rica, dejó plasmadas las siguientes anotaciones:
“Las paredes interiores de las casas son enlucidas, encaladas o pintadas a la aguada y algunas resultan de mucha
fantasía”.
En
apariencia, los relatos de viajeros y filántropos europeos por nuestro país,
enseñan que el uso de la cal para cubrir los interiores y exteriores de las
viviendas en la capital era un asunto de larga data.
Obligatorio. La revisión de la
prensa escrita de mediados del siglo XIX ofrece algunas pistas sobre el tema del
encalado de las viviendas. El Boletín
Oficial # 46 del 16 de diciembre de 1854 en su sección de “Avisos”, daba
una clara indicación en ese sentido. La Gobernación de la Provincia de San José
anunciaba: “En vista de lo que dispone el artículo 77 del Reglamento de
Policía, la Gobernación previene á todos los habitantes de esta Ciudad: que
antes del día 8 de entrante Diciembre, deben tener encalado el exterior de las
casas, bajo la multa de cinco pesos al que no lo hiciere, además de pagar á la
Policía lo que esta hubiere invertido en el blanqueamiento”.
Esta
directriz de las autoridades josefinas parece sugerir que la impresión escrita
dejada por los viajeros europeos que visitaron Costa Rica por ese entonces,
acerca de la “blancura capitalina”, no era un asunto exclusivo de la iniciativa
mostrada por los ciudadanos, sino que obedecía también a una medida de orden
coercitivo.
De brocha gorda. A partir de la década
de 1870, comienzan a observarse en la prensa escrita algunos indicios de cambios
en la imagen blanquecina de la capital. A pesar de que el encalamiento sigue
siendo una práctica predominante, aparecen individuos ofreciendo en los
periódicos servicios como “pintores de brocha gorda” y establecimientos
informando la venta de pinturas de diversos colores.
El
Boletín Oficial del 07 de diciembre
de 1874, en su número 48, divulgaba la siguiente novedad: “El que suscribe
ofrece sus servicios como pintor y entapizador; ofrece en sus trabajos
puntualidad, un esmerado gusto y aseo. El que quiera ocuparlo puede solicitar
en casa de Jacinto Conejo”. También encontramos a Manuel Rojas, quien se
anuncia como “Pintor” en La Prensa Libre del
11 de abril de 1890.
Otros
individuos incursionaron en el prometedor negocio de las pinturas desde la
década de 1880. El periódico La República
del 01 y el 12 de diciembre de 1887, publicaba la venta de pinturas de
aceite, barniz, aguarrás y “pinturas de
zing verde y azul”. De igual forma, La
Prensa Libre del 24 de setiembre de 1892 señalaba: “PINTURA. Hay un gran
surtido de colores en este artículo acabado de llegar á mi Depósito de
materiales”. Estas situaciones patentizan la proliferación que se estaba
experimentando en esta materia.
La
creciente importancia que el trabajo de individuos dedicados a la pintura de
brocha gorda comenzó a tener en la Costa Rica de entonces, despertó el interés
por la promoción de una organización gremial. Esto se desprende de un anuncio
que apareció en La Prensa Libre del
23 de enero de 1890, el cual señalaba lo siguiente: “A los señores pintores. Nosotros los
comisionados, por el presidente del Club de Artesanos; convocamos á Uds como
hermanos y compañeros de oficio, para que nos reunamos en gremios, para que por
este medio podamos ser útiles á nuestra querida patria, y á la vez para el gran
provecho de nosotros mismos”.
La
difusión del servicio de pintores en los periódicos, así como la venta de
pinturas multicolores, sugieren la presencia de nuevos patrones de consumo
entre ciertas familias con un mayor poder adquisitivo en la Costa Rica de
entonces.
Con el advenimiento de los pintores de brocha gorda a la
capital, quedaba diseminada de forma progresiva la imagen caliza que tanto
resaltaron los viajeros y filántropos europeos que visitaron Costa Rica durante
la primera mitad del siglo XIX.
(Del libro de Rafael A. Méndez Alfaro. Historiando Costa Rica en el siglo XIX.
EUNED, 2012).
No hay comentarios:
Publicar un comentario