Mario Valverde M.
Hay momentos en que el rostro se vuelve una máscara de las profundidades del alma.
Cuevas, laberintos, ríos que fluyen, lágrimas acumuladas, sales misteriosas de las galaxias existenciales, explosiones volcánicas, lavas quemantes del más allá de las razones, de la estructura cognitiva, de la lógica que todo lo intenta explicar.
Se trata de la criatura frágil, impotente, desnuda; la angustia azul de lo inexplicable; soles necesitados de planetas para girar en las atracciones del amor. Es la QUIEBRA humana que nos hace más humanos, al quedarnos sólo con las lágrimas que bajan por la piel agrietada. Entonces y sólo entonces, nos sentimos más humanos y el prójimo se nos hace más cercano. Me preguntarán los y las lectoras, ¿quién nos pensó así en la profunda angustia? No tengo la respuesta. Lo único que puedo decir, como cosa cierta, es que el ARTE, todo el ARTE, salió ganando. Lastimosamente, también el suicidio.