Mario Valverde M.
I
Uno quisiera agarrar el tiempo y ponerlo patitas para arriba. Dejar que el tictac dejé de sonar. Darle vuelta a la agujas y llevarlo cuesta atrás, congelarlo en esos instantes que nunca creímos que se nos iban de las manos, como los besos furtivos de los amantes. Quedarnos por un ratito en aquella conversación de nuestra amistad, resolviendo el mundo de las profundidades de nuestra crisis existencial, mientras afuera el mundo seguía en su rutina del tráfago infernal. ¡Qué importa, quedarnos en amores sin esperanza! O en las risas complacientes de juventud o en las caminatas circulares de días eternos, con propuestas locas que se acababan no más cuando dábamos el primer pasito para despedirnos.
Pero como las flores de mi jardín, todo se presenta y todo dice adiós, quedando los recuerdos en ráfagas de aire que cruzan el espíritu de un tiempo perdido (Proust en mi memoria), y la palabra y el arte, para arrancarle a la nostalgia una única derrota posible, sobre todo un salto a la imaginación para no morir en el intento de lo absurdo de no poder asir lo que se nos va entre las manos.
II
La levedad de la vida
Este espacio
del azar
que te prestan,
donde todo se diluye
sin poder detener el tiempo.
Se deshacen los espacios
te dejan los amigos
te crecen los hijos
te golpean la cara, el cabello.
No hay ancla a la cual asirse,
atrapas y te atrapan.
Caen las flores
y las lluvias
y los amores.
Nada va quedando
frente a tu rostro.
Todo va y viene.
El sol se asoma
y nos dice adiós.
La luna se venga cada mes con su presencia.
La música nos acompaña
con sus puñales del recuerdo.
Nos inventamos religiones
acuñamos dinero.
Y el tiempo nos derrota
como las gotas de lluvia
en el pozo del alma.
Por más que luches
todo está perdido.
Ya eres lo que fuiste.
Los instantes, predican los poetas,
no las estúpidas guerras.
De eso está hecha la vida.
Una flor, otra flor
nos avisan de nuestra fragilidad.
Luego: todo será paz y silencio absoluto.
El UNO EN EL TODO.
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