noviembre 25, 2011

180. El otro yo: ¿La ética del futuro?

Por Mario Valverde M.

clip_image002El ser humano es una dualidad entre los deseos y la realidad. Los deseos no cumplidos son más que los realizados. Por eso el tema de la ética del deseo escondido. Yo soy lo que no soy frente a los otros. Frente a mi soledad construyo un mundo de acciones con sus personajes que jamás los otros, ni mi propia familia, pueden imaginar de mi propio constructo: desde el yo virtual subjetivo, puedes ser un amante infiel, un asesino psicópata, cumplir tus fantasías sexuales, planear venganzas espantosas. O, convertirme en un púgil de box, a pesar de mi impedimento físico; contrabandista, artista de cine, jugador famoso, tirano o santo.

El problema social es que en muchos casos, sí se cruza la línea de la realidad, vienen los daños, el rechinar de dientes, la pérdida del hogar, los crímenes con su sangre y secuelas, las infidelidades o sus frustraciones sexuales. Por supuesto, también nos acomodamos a las acciones buenas propuestas por el orden social. Pero más nos referimos en este artículo, al cruce de esa línea de la bondad, y si existen algunas soluciones en el mundo moderno de la informática y sus posibles soluciones virtuales y del peso axiológico de estas, es decir, de la consideración ética, la norma que lo sustenta y las valoración del bien y el mal. O si son temas que están más allá del bien y del mal, al estilo del filósofo Nietzsche.

En las nuevas tecnologías de la informática parece estar la solución o el remedio a los nuevos deseos que me sacan de la realidad, lugar donde produzco el daño, que posiblemente podrían solucionarse. Desde el mundo de la programática, como especie de nuevos dioses podemos construir personajes virtuales para saciar lo mejor o lo peor de nuestros deseos posibles. Decía el actor Kutcher, el del escándalo con la actriz Demi Moore, su esposa, a su amante Leal: “Estuvo bien, no fue raro o pervertido. Me gusta este tipo de cosas porque yo soy un actor 90% de las veces. Es bueno tener momentos que son reales”. Bueno, posiblemente esta infidelidad se hubiera evitado con el invento del señor K. Él simplemente es un marido fiel, buen padre de familia por 16 horas. El programa que se inventó podría evitar casos como el de Kutcher, asesinatos en serie, o complacer las mentes asesinas y otras desviaciones. Es posible que, en lo futuro, nuevos programas complazcan esas mentes y sus fijaciones, para que no concretar en la “realidad” con actos que sí lesionan al prójimo. No se qué dirá la ética actual, pero veamos la propuesta de K.

A las 10 pm entra a su programa, que le permite interactuar con otros cibernautas. Entra con la complacencia de su esposa, ella moralmente lo acepta. Y empieza a vivir en su mundo virtual, con sus fantasías, programa sus infidelidades, construye su propio mundo “real”, con su ideal de mujer en la ciudad que él sueña, la viste, interactúa con otros cibernautas. Luego termina su sesión y no necesita de ir a la calle a complacer sus deseos; su esposa tiene su propio programa y la familia marcha de lo mejor. Eso está ocurriendo. ¿Cómo ajustar eso dentro de la ética occidental? ¿Estaremos evolucionando hacia dos mundos posibles? El mundo Real, tal y como lo hemos venido viviendo, y el virtual, donde igual podemos pecar sin hacer daño real. La pregunta, ¿cómo podemos juzgar algo que no hace daño en el mundo Real? Termino: y si fuera posible, en lo futuro, construir programas para todas las mentes criminales, para que sacien sus instintos y sus acciones por medio de programas, ¿no sería mejor que tenerlos en la calles sacrificando vidas humanas de verdad, no sería mejor esta solución que extirpar sus cerebros como en el caso de la Naranja Mecánica? No sé, ahí les dejo el tema que ya empezó a correr en otros países. De todas formas, podríamos ganarle la partida a Freud, que nos decía de la neurosis que se debía a que los deseos eran infinitos y la forma de complacerlos eran mínimas. Tal vez, por este camino, se llegue a ser más feliz. Por el momento, es semejante a una utopía del tamaño de un mundo feliz, que ya empezó a caminar.

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