Por Mario Valverde M.
Saltamos de un espacio a otro, somos ranas saltarinas existenciales. Esta acción de saltitos solo es vencida por la Muerte. Es el espacio para que nos lleven flores, o para que nos olviden para siempre. La Historia tiene su espacio reducido, es un cuento que se mezcla con la imaginación, por más cine para recrearla, nunca será el mismo momento. Imaginemos la batalla de Trafalgar, la guerra de Troya, la guerra del 56 contra los filibusteros o la guerra de las Malvinas, nada es como fue. Para consuelo, la Educación nos propone un libro, un profesor y para remate un examen.
El espacio me rodea, se me va a cada instante; inclusive el de nuestra propia mente con su recuerdos, construcción inventada, es otro, no es el que viví, y el de los sueños, es un pequeño dios o director de cine, que construye nuevos espacios, mágicos, paralelos a los de mi vigilia. Nos quedan las religiones, única esperanza de la fe, de un espacio inmóvil, eterno, muy griego, unido a la perfecta figura geométrica de la esfera, donde podamos, por fin, quedarnos fijos para siempre, sin la angustia de estar ocupando en la vida finita un lugar en el espacio, y la última, la transformación de la energía y entender que seguiremos esclavos de la energía ocupando por siempre un lugar en el espacio.
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