Por Rose Marie Hernández Vargas
Por el año 1845, Puntarenas era un caserío de ranchos de diferentes tamaños, con piso de tierra y techo de palma, forrados con tablas rústicas. Una comunidad rural, aislada especialmente de otros vecindarios. Poseía un estilo de vida muy doméstico, lo que le daba cierta autosuficiencia en los servicios cotidianos.
Surge la necesidad de responder a la religiosidad del pueblo y alimentar el espíritu y en 1850 se funda la primera parroquia de Puntarenas. En este entonces, comprendía todo el cantón Central de Puntarenas. Su construcción era de madera y se le llamó San Antonio de Padua. Desde 1801, la Punta de Arenas dependía de la iglesia de Esparza y el cura celebraba la misa en la Aduana.
Años después, se pensó en construir un nuevo templo en otro sitio pues este estaba casi en ruinas. En el año 1867, se acuerda erigir una nueva iglesia en el sitio donde se encuentra actualmente la catedral de la provincia. El edificio era un galerón de madera de aspecto pobre y sin ninguna belleza para el culto a que se dedicaba. Contrario a la tradición de la Iglesia Católica, el templo tenía la entrada principal con vista al este, debido a que hacia este punto, entre lo que se llama la “Y” griega y la calle tercera, se agrupaba la mayor parte de la población porteña. Pocos años después, el templo fue destruido por un incendio.
En el año 1902, se coloca la primera piedra de la actual Catedral de Puntarenas. Esta imponente obra de estilo gótico fue construida con bloques de piedra que se trajeron desde Barranca y Esparza. También se usó argamasa de cal y arena; sus vitrales y figuras "santas" realzan su belleza arquitectónica. La sólida construcción de piedra la ha hecho inmune a los fuertes temblores que han sacudido a Puntarenas. Llamada "Iglesia de Piedra", constituye uno de los atractivos arquitectónicos de la provincia. Fue declarada patrimonio histórico y arquitectónico de Costa Rica. (Ley N 7 555 del Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes, año 2004).
La construcción de esta iglesia contó con la ayuda económica y personal del pueblo porteño, que demostró su patriotismo, desinterés y su inquebrantable fe y religiosidad.
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