Daniel Garro Sánchez
A un estilo Pocahontas, o podríamos decir también a un estilo Avatar, para ponernos más modernos (me pregunto cuántas veces se habrá repetido esta historia), el amor entre el náufrago español Gonzalo Guerrero y la indígena Aixchel, sobrina de Kinoch, gobernante de Zama, se nos narra en la novela histórica Mayapán, de Argentina Díaz Lozano.
Esta escritora y periodista, argentina solo de nombre, nació en Honduras en 1912 y murió en Guatemala en 1999, y su nacionalidad se ha visto controvertida entre ambos países, de parte de los cuales recibió numerosos reconocimientos por su labor literaria. Fue postulada para el Premio Nobel de Literatura en 1970, y aunque no lo ganó, posee el relativamente honroso privilegio de ser la primera mujer centroamericana en haber estado nominada.
Su novela más conocida, Mayapán —romántica no solo por la historia que cuenta, sino también por su estética—, narra las peripecias de Gonzalo Guerrero y Jerónimo Aguilar, desde el momento de su naufragio en la costa guatemalteca, su cautiverio en manos de los indígenas, y el romance de Guerrero con Aixchel, hasta el momento en que Hernán Cortés alcanza el territorio americano y los dos náufragos decidirán cada uno su propio destino.
Más allá de la historia pocahontiana de amor y heroísmo, la novela de Díaz Lozano nos enfrenta al tema pocahontiano de la otredad, y en ese aspecto cobra importancia el papel que cumple Jerónimo Aguilar, amigo y compañero de aventuras de Guerrero, porque a la larga, las diferentes posturas e inquietudes de los dos personajes llegarán a tener mayor importancia en la narración que el romance entre Guerrero y Aixchel, o los pormenores históricos del avance español.
Aguilar, hombre de fe y consumado patriota, no deja nunca de ansiar la llegada de los “suyos” (los “nuestros”, repite constantemente en la novela), para consumar no solo su propio rescate, sino también lo que él supone será el rescate de esa tierra salvaje que se halla poseída por el barbarismo. Desaprueba la relación entre Guerrero y Aixchel y desconoce su matrimonio, al no ser consumado por una autoridad católica; y así como solo puede ver lo negativo de los indígenas —los sacrificios, las salvajes ejecuciones y las diferencias religiosas, que son erradas para él— se cierra ante los crímenes igualmente reprochables cometidos por “su gente”. Sin ser un mal hombre, su rígida postura ante la otredad es la de un producto de su época.
En cambio, la postura de Gonzalo Guerrero es profundamente analítica y abierta, y a diferencia de Aguilar, sí logra adentrarse en el mundo de los “otros”, entenderlo, asimilarlo y, ya en última instancia, formar parte de él, e incluso amarlo. Su disposición para el cambio de perspectiva queda plasmada en el siguiente pasaje, cuando se dirige a su amigo Aguilar: “Me llena de pesar ver que os empeñáis en notar sólo el lado desagradable de estas gentes. Es como si los extranjeros en España sólo viesen lo sangriento y cruel de algunas de las costumbres nuestras.”
Y más adelante, a diferencia de la de Aguilar, su postura ante la relatividad religiosa es conciliadora: “Mi unión con Aixchel no la bendecirá ningún sacerdote de los nuestros, la bendecirá Dios, para quien todos somos sus hijos.”
Cuando se ve forzado a elegir entre su esposa indígena (con quien ya tiene dos hijos y aguarda uno más) y la opción del regreso con los “suyos”, los españoles, en la flota de Cortés, Guerrero sucumbe ante la abnegación de Aixchel, quien acepta dejar a sus hijos y su gente para irse con él a España. Guerrero efectúa entonces el autodescubrimiento de que Aixchel ha llegado a ser mucho más que un exótico affaire de aventurero, y no logra desprenderse de ella… como tampoco logra desprenderse ya de Mayapán y de los que ahora son los “suyos”.
Y ante la disyuntiva que enfrenta por el hecho de que los españoles tampoco han dejado de ser “suyos”, su solución, a la par que conveniente y estratégica, nuevamente es conciliadora y ejemplar: su solución es la no violencia, la tolerancia. La condición de esta no violencia, está claro, permanecerá sujeta al cumplimiento de las exigencias de los invasores españoles, y aquí es donde radica lo conveniente y estratégico de la solución. No obstante, durante algún tiempo más, Gonzalo Guerrero verá cumplido su propósito de evitar la confrontación entre los “suyos” y los “otros suyos”.
¿Qué tan diferente habría sido la historia con más hombres como Gonzalo Guerrero y menos saqueadores y criminales?
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