Por Mario Valverde M.
Cuando se pega un valor a una acción, sin condiciones, ni dobleces, ni sobornos, ni cálculos a su favor; cuando la acción está unida a un imperativo, sin quedar un ápice de duda, podríamos decir que estamos frente al DEBER SER.
Pongamos ejemplos: es mi amigo y debo mostrar fidelidad, lucho apegado a los estatutos que marcan la misión por cumplir, protejo y cuido la cultura que conserve la identidad y respete la diversidad de los pueblos, no daño al prójimo para no sufrir igual daño, no miento por aquello del que miente será mentido (ética cíclica griega). Todos los anteriores ejemplos, me llevan al concepto kantiano del Deber Ser y el Ser, unidad ontológica que distingue cada acción. Además, el Deber Ser construye la acción en una norma universal; es decir, la Amistad y la Fidelidad van unidas. Si falla la fidelidad, se acaba, no la fidelidad como valor, sino el ser humano que la incumplió.
Cada vez, que rompemos el Deber Ser, que vendemos nuestros principios, mentimos a favor de otros intereses (caso de los drogadictos y criminales). Así empieza la descomposición del cuerpo social, el Estado, esos órganos que no resisten los virus que penetran hasta la médula de lo más íntimo del Estado. Y los casos sobran, como el México que se desangra entre los propios hermanos. Por supuesto, el Estado y los gobernantes deben constituir el primer ejemplo, en la cadena de las leyes morales, no sólo en sus acciones, sino en las atenciones del pueblo.
Tal vez, sea tiempo de regresar a la lectura de Crítica de la Razón Práctica del filósofo I. Kant, quien refiriéndose al Deber Ser manifestó: “OBRA DE TAL SUERTE QUE TRATES SIEMPRE A LA HUMANIDAD, SEA EN TU PERSONA O EN LA DE OTRO, COMO UN FIN Y QUE NO TE SIRVAS JAMÁS DE ELLA COMO UN MEDIO”.
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