Daniel Garro Sánchez
Ayer, el día estuvo gris; pero no estuvo triste.
El cielo estuvo pintado de un solo color parejo y nítido como jamás lo he visto, un solo color inmaculado, sin sombras ni manchas ni palideces. Las gotas de lluvia fueron tan grandes y brillantes que quise tomarles una fotografía, pero no sé si existe cámara para tomar semejante foto de cien millones de cristales idénticos y perfectos flotando en el aire. Tendremos que dejarle ese tipo de cosas a Hollywood, pero no creo que ni siquiera en Hollywood luzca tan hermoso. La lluvia cayó con la fuerza y la alegría de una piñata, y hasta sentí ganas de tirarme al suelo a tratar de agarrar la mayor cantidad posible de joyería; porque eso es la lluvia, un obsequio de joyería. Cayó con la fuerza y la alegría de una cascada, y hasta sentí ganas de meterme debajo de ella para encontrar el tesoro oculto detrás de ella; porque eso es la lluvia, un tesoro detrás de una cascada. Cayó con la fuerza y la alegría del telón, y hasta sentí ganas de lanzarme a través de ella para saludar a la multitud que aplaudía detrás de ella; porque eso es la lluvia, una multitud aplaudiendo detrás del telón.
Ayer, la lluvia estuvo gris; pero no estuvo triste.
Fuimos a la playa y tardamos en llegar mucho más de lo esperado, porque la carretera estaba cerrada por un deslizamiento; pero así tuvimos más tiempo para escuchar más música en el auto y contar más chistes y más anécdotas. Hacía mucho que no hacíamos eso. Íbamos con ropa fresca porque íbamos para la playa; pero el frío nos obligó a abrazaros más fuerte y a estar más cerca unos de otros. Hacía mucho que no hacíamos eso. Habíamos pensado llegar más temprano en la mañana y regresar más temprano en la tarde; pero el mal tiempo nos retrasó muchas horas, y así pasamos todo el día juntos. Hacía mucho que no hacíamos eso.
Ayer, el viaje estuvo gris; pero no estuvo triste.
Había poca gente en la playa, y el muelle estaba cerrado por seguridad, porque el mar estaba picado; pero unos chicos aprovecharon para surfear con aquellas enormes olas. El mal tiempo no nos dejó ver ese cuadro de miles colores, como de Turner o Monet, que es el atardecer; pero en su lugar nos ofreció otro cuadro más difícil todavía de pintar: un cuadro de grises, miles de grises, miles de bandas de diferentes e imposibles tonos de gris, y no se sabía cuál de esas bandas seguía siendo el mar y cuál ya era el cielo. No pudimos ver uno de esos atardeceres que ni Turner ni Monet podrían pintar; pero a cambio tuvimos un caleidoscopio en negativo tan hermoso que ni Edgar Allan Poe sería capaz de describirlo.
Ayer, el mar estuvo gris; pero no estuvo triste.
Con tantas malas noticias en la televisión, derrumbes e inundaciones, pensé en mucha gente en la que hacía tiempo no pensaba, y comencé a hacer llamadas telefónicas. Me sentí aliviado cuando me contestaron todas ellas. Con todo el frío que hizo durante la noche, dormí envuelto en un capullo de cuatro cobijas, y pensé en lo rica que es la soledad, pero también en lo rica que es la compañía. Y me sentí aliviado al saber que ahí está toda esa gente que amo, y que quizá en algún momento, por cosas de la vida, quise alejarme de ella; pero que sigue allí para mí.
Ayer, el día estuvo gris; pero no estuvo triste.
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