Mario Valverde M.
K. Hamsun tuvo una infancia difícil, azarosa. En sus años de juventud, vivió una vida bohemia en París. Alcanzó el premio Nobel de literatura en 1920. Escribió obras como Pan, Hambre, la trilogía del vagabundo, y la novela con que alcanzó el soñado premio, Bendición de la tierra. Es un cantor de los humildes Presenta, en un estilo sencillo, las costumbres cotidianas de los noruegos, unidas a un panteísmo: “…mi camino canturreando, y me siento arrebatado de júbilo y lleno de afecto hacia toda la naturaleza que me rodea; estas piedras y estos hierbajos que, a su vez, también parecen demostrarme afecto… somos ya viejos amigos”. A esta propuesta la llamo filosofía del vagabundo, marcada por principios donde el espíritu vaga libremente unido a la naturaleza, pegado a su ritmo (en este caso, a las cuatro estaciones del año) y en donde el trabajo es tan solo un pretexto para sobrevivir. Además, propone una vida nómada y un llamado constante a la Alegría de vivir, en la naturaleza y dentro de ella, llamando a su espíritu desde mundo lejanos: “Vagabundeo por la isla, según costumbre, pensando en diversas cosas. ¡La paz, la paz…! De cada árbol del bosque desciende a mí una paz agradable y silenciosa. Ya han desaparecido todos los pajarillos; sólo algunas cornejas vuelan, mudas, de un lado para otro, hasta posarse. Y los racimos de frutos caen pesadamente de los serbales y ocultan entre el musgo”.
Es una vida con sus espacios y sus tiempos para el detente, la observación. Es una especie de científico que anda no en busca de las leyes ocultas, sino de las fragancias, las formas, los colores, los movimientos, la luz: todo lo que la ciudad nos traga por el ritmo del trabajo sedentario y el consumo de todos los días. A veces, el propio Hamsun se queja del regreso a la ciudad como un llamado inevitable para contar; al fin y al cabo, somos animales de historias. Pero encuentra al vagabundo de nuevo, en el llamado prístino para regresar a su habitar espiritual: “…mi corazón palpita al ritmo de una alegría paradisíaca…qué haya podido volver aquí, como si ya antes hubiese estado en aquel lugar”. Aquí se da otro principio de la filosofía del vagabundo, la idea del eterno retorno. El solo contacto con la naturaleza salvaje me regresa a tiempos inmemorables del contacto humano, el aspirar el aroma de una flor, el sentarme en la hierba, el mirar las copas de los árboles, el ruido pujante de la cascada, los ruidos camuflados en la vegetación, diría Hamsun, “¡Dios del cielo…! ¡Qué haya podido volver aquí!”, como si ya antes hubiese estado en aquel lugar.
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K. Hamsun nació en 1859 en Noruega, en Garmo, pueblo de montaña situado al oeste del lago de Vaga, y murió en 1952. Vivió en los EEUU, donde trabajó de jornalero, ayudante de tienda, cobrador del tranvía y conferenciante, siempre con el papel y el lápiz en la mano. En 1945 fue arrestado por colaborar con los nazis. Mi tesis respecto de esta posición suya: creo que se debió al odio hacia los ingleses por los desmanes en que incurrían en las playas noruegas. Lo cierto es que ese paso en falso restó brillo a su aureola de patriarca de las letras noruegas, donde no aparece ni una sola línea en favor del nazismo.
K. Hamsun tuvo una infancia difícil, azarosa. En sus años de juventud, vivió una vida bohemia en París. Alcanzó el premio Nobel de literatura en 1920. Escribió obras como Pan, Hambre, la trilogía del vagabundo, y la novela con que alcanzó el soñado premio, Bendición de la tierra. Es un cantor de los humildes Presenta, en un estilo sencillo, las costumbres cotidianas de los noruegos, unidas a un panteísmo: “…mi camino canturreando, y me siento arrebatado de júbilo y lleno de afecto hacia toda la naturaleza que me rodea; estas piedras y estos hierbajos que, a su vez, también parecen demostrarme afecto… somos ya viejos amigos”. A esta propuesta la llamo filosofía del vagabundo, marcada por principios donde el espíritu vaga libremente unido a la naturaleza, pegado a su ritmo (en este caso, a las cuatro estaciones del año) y en donde el trabajo es tan solo un pretexto para sobrevivir. Además, propone una vida nómada y un llamado constante a la Alegría de vivir, en la naturaleza y dentro de ella, llamando a su espíritu desde mundo lejanos: “Vagabundeo por la isla, según costumbre, pensando en diversas cosas. ¡La paz, la paz…! De cada árbol del bosque desciende a mí una paz agradable y silenciosa. Ya han desaparecido todos los pajarillos; sólo algunas cornejas vuelan, mudas, de un lado para otro, hasta posarse. Y los racimos de frutos caen pesadamente de los serbales y ocultan entre el musgo”.
Es una vida con sus espacios y sus tiempos para el detente, la observación. Es una especie de científico que anda no en busca de las leyes ocultas, sino de las fragancias, las formas, los colores, los movimientos, la luz: todo lo que la ciudad nos traga por el ritmo del trabajo sedentario y el consumo de todos los días. A veces, el propio Hamsun se queja del regreso a la ciudad como un llamado inevitable para contar; al fin y al cabo, somos animales de historias. Pero encuentra al vagabundo de nuevo, en el llamado prístino para regresar a su habitar espiritual: “…mi corazón palpita al ritmo de una alegría paradisíaca…qué haya podido volver aquí, como si ya antes hubiese estado en aquel lugar”. Aquí se da otro principio de la filosofía del vagabundo, la idea del eterno retorno. El solo contacto con la naturaleza salvaje me regresa a tiempos inmemorables del contacto humano, el aspirar el aroma de una flor, el sentarme en la hierba, el mirar las copas de los árboles, el ruido pujante de la cascada, los ruidos camuflados en la vegetación, diría Hamsun, “¡Dios del cielo…! ¡Qué haya podido volver aquí!”, como si ya antes hubiese estado en aquel lugar.
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K. Hamsun nació en 1859 en Noruega, en Garmo, pueblo de montaña situado al oeste del lago de Vaga, y murió en 1952. Vivió en los EEUU, donde trabajó de jornalero, ayudante de tienda, cobrador del tranvía y conferenciante, siempre con el papel y el lápiz en la mano. En 1945 fue arrestado por colaborar con los nazis. Mi tesis respecto de esta posición suya: creo que se debió al odio hacia los ingleses por los desmanes en que incurrían en las playas noruegas. Lo cierto es que ese paso en falso restó brillo a su aureola de patriarca de las letras noruegas, donde no aparece ni una sola línea en favor del nazismo.
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