marzo 05, 2012

187. Crónicas cubanas (parte 1)


Daniel Garro Sánchez 


      Estas son algunas pocas, poquísimas impresiones de las muchas que me ha dejado mi reciente viaje a la isla de Cuba. Me siento pobre y mediocre por ofrecer tan solo unas pocas palabras sobre un lugar donde cada vuelta de esquina, cada rincón y cada parpadeo es una impresión potente y sorpresiva como la de un rayo. Pero mi intención no es ser exhaustivo, ni repetir lo que seguramente ya han dicho muchos otros autores y viajeros, ni tratar de forjar una idea completa sobre un lugar del que es imposible tener una idea completa. Lo que ofrezco a continuación no es ni siquiera la punta del iceberg; es apenas el fantasma azulado que queda en la retina impactada por el brillo de la punta de ese iceberg.
      O incluso, puede que sea tan solo el recuerdo de ese breve fantasma.
      La Habana no parece haber sido construida por alguien; más bien parece haber brotado y proliferado ansiosamente del suelo, apretujada en unas partes y distendida en otras, y haber sido congelada a mitad de su erótico desparpajo, fotografiada en un gesto bien capturado de pletórico ofrecimiento; como si le hubieran mostrado la cabeza de Medusa.

      Todas las casas y todos los edificios son sólidos y cuadrados bloques de cemento, al parecer muy buenos para soportar los huracanes en cuya plena ruta se halla la isla y que, a modo de broma, se dice que son cortesía de Estados Unidos; pero no tan buenos para soportar la invariable falta de mantenimiento. Los materiales de construcción son escasos y estratosféricamente caros —un saco de cemento puede costar más que un salario mensual—, y existe la leyenda urbana de que algunas residencias se han derrumbado con sus ocupantes adentro. Solo los edificios estatales (instancias del gobierno, museos, teatros, hoteles y lugares de importancia histórica o turística) reciben mantenimiento y evidencian haber sido remodelados en fechas recientes… y también algunas residencias de lujo particulares que nadie supo (o quiso) decirnos quiénes son sus dueños o por qué cuentan con ese privilegio.
      Es un lugar donde las contradicciones parecen luchar entre ellas para que las vean primero: en un laberinto de piedra formado por bloques derruidos, con más remiendos que pintura y muchas veces sin lo mínimo básico de una vivienda decente, la limpieza de las calles y las aceras es admirable.
      Hay pocos autos, en comparación a Costa Rica, y es frecuente verlos orillados, con la tapa del motor abierta y con su dueño inclinado sobre la máquina, de seguro ingeniando con paciencia cotidiana alguno de esos “MacGyver” legítimos que han mantenido funcionando por más de medio siglo a esos Chevrolet Bel Air 54 y esos Ford Victoria 52. Un auto moderno que aquí podría decirse barato, para el cubano es inalcanzable. Solo el gobierno, los cuerpos diplomáticos y las empresas de turismo poseen autos modernos… sin contar a esos “dueños misteriosos” de las casas de lujo.
      Pero nuevamente, las contradicciones: autos de los años cincuenta con motores año 2000, radio Pioner, cierre central y alarma con control remoto, pintura con diseño de rayos y fuego, aros de lujo, tapicería nueva, etc. Todos estas mejoras se deben al activo mercado negro de Cuba, donde, teniendo los contactos adecuados, hasta un motor es posible obtener de los autos modernos desechados por el gobierno. Por supuesto, un vehículo con semejantes características es una clara señal de que su dueño está bien conectado y que mantiene un sólido rol de cobros que le ha permitido ese tipo de lujos a los que el cubano promedio no aspira.
      La mayoría de los cubanos participan en este mercado negro, donde los viajeros representamos una valiosa fuerza motriz. De ahí que se perciba de forma muy leve algo de artificial en el instantáneo cariño de nuestros anfitriones, en particular del hombre que nos recibe en el aeropuerto y que previamente ha hecho la mayoría de las gestiones para nuestro alojamiento. Se me antoja mucho más natural la mujer que nos alquila su pequeña vivienda; y casualmente, ella parece tener un rol de cobros menos depurado… pero lo tiene. Una anciana en un parque, con la que apenas intercambio unos comentarios sobre el frío, rápidamente me da sus datos y su dirección, y confirmo lo que ya sospechaba: aunque parece una indigente, risueña y extraviada, tiene su propio rol de cobros; tiene un sitio para alojar a los turistas y hasta gente que los recibe en el aeropuerto. Está de más decir que todos estos tratos solo pueden efectuarse con permiso del gobierno, so pena de fuertes multas, cárcel y hasta pérdida de los bienes. El hombre que nos espera en el aeropuerto se asusta cuando sacamos el dinero para pagarle y nos dice que nadie debe percatarse de la transacción; una pareja de policías se acerca a preguntar al respecto y es necesario asegurarles que el dueño del vehículo es amigo nuestro y que no nos está cobrando por el transporte. Algo similar sucede con nuestro alojamiento, cuya dueña nos indica que a todo aquel que pregunte ha de decírsele que no nos está cobrando, ya que ella no cuenta con el permiso respectivo. En ambos casos, el castigo podría incluir la pérdida del automóvil o de la casa, respectivamente.
      La mitad de las cosas que llevamos en nuestras maletas se quedaran en Cuba, en manos de nuestros anfitriones, del personal del hotel en Varadero, y hasta de personas con las que apenas hagamos algo de conversación o algún asomo de “amistad”. Ropa, medicamentos, artículos de aseo personal, cosméticos, aparatos electrónicos y, según escuchamos, hasta electrodomésticos, herramientas, partes de autos y cosas impensables como pantallas de plasma o LCD, son ejemplos de lo que llevan los visitantes a la isla. Muchas de esas cosas serán para uso personal de la gente a la que se les obsequia; pero otra gran parte pasará a circular en el mercado negro. Cuba es el lugar donde las maletas van llenas y regresan vacías.
      Por supuesto, no puede hablarse de este mercado subrepticio sin mencionar un detalle famoso en el que ya muchos estarán pensando, y que forma parte de la seducción del lugar: las jineteras… y también los jineteros, porque en Cuba la prostitución masculina es tan normal como la femenina.
      Pero de eso les hablaré sin falta la próxima semana.

Imagen de : http://www.desdebellaterra.com

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