¡Vade retro, IPhone!
Daniel Garro Sánchez
Hace
algunos días, escuché la terrorífica noticia (terrorífica para mí, jeje) de que
un concierto de la Filarmónica de Nueva York fue interrumpido por un IPhone.
Estamos hablando, estimados lectores, de que la orquesta neoyorkina es la más
antigua de Estados Unidos y una de las diez mejores del mundo, y que nunca, en
ciento setenta años de existencia y a lo largo de más de catorce mil
interpretaciones, nunca, repito, por ningún motivo, se había visto forzada a
interrumpir una ejecución.
Pues
bien, resulta que durante la ejecución de nada más y nada menos que el
movimiento final de la Novena Sinfonía de Gustav Mahler (los que tengan el
privilegio y la capacidad de conocerla y apreciarla entenderán lo grave de
esto), el dichoso aparatito comenzó a sonar de forma insistente, sin que su
dueño hiciera algo para detenerlo.
El director de la orquesta, Alan Gilbert, al concluir que
la infernal cosa no iba a dejar de emitir su característico y blasfemo tono de
marimba, tomó la histórica decisión de interrumpir la divina labor mahleriana
de la orquesta y dirigirse al dueño del diabólico instrumento de Lucifer. Una
vez que la pagana chicharra estuvo silenciada y que su dueño aseguró que no
volvería a sonar, el público aplaudió al Maestro Gilbert cuando regresó al
podio para continuar con la mutilada ejecución.
Según
algunos medios de prensa, el aparatito sonó en modo de alarma, y no por una
llamada o mensaje, lo cual podría disculpar en gran medida a su dueño, quien
afirmó sentirse tan avergonzado que no quiso revelar su identidad, y aseguró
ser un amante de la música sinfónica y ser también de los que se incomodan
cuando los infernales teléfonos perturban el sagrado recinto del teatro.
No
obstante, y por motivo de que este servidor de ustedes es también de los que
votarían a favor de una Ley de la República (o de ser posible el undécimo
Mandamiento) que prohíba el ingreso con teléfono a los teatros, como si fueran
armas, hago la siguiente reflexión: desde niños se nos ha inculcado que no se
interrumpe a la gente cuando habla, que no se interrumpe una conversación
ajena, que se respeta cuando un expositor está al frente, y que debe guardarse
un respetuoso silencio en las conferencias, en los actos solemnes, en las
velas, los entierros, las ceremonias religiosas (indistintamente de que participemos
o no del credo respectivo), y por supuesto, en el más sagrado de los actos: un
concierto de música sinfónica (los que tenemos el privilegio, el gusto y la
sapiencia de asistir regularmente a uno).
Pero,
¿qué sucede con los teléfonos celulares? ¿Acaso la molesta intromisión de una
chicharra de esas durante una conferencia, una entrevista, una misa o un
concierto no equivale exactamente a lo mismo: a esa irrespetuosa interrupción
que se nos ha enseñado que no debemos hacer? ¿Acaso interrumpir a alguien que
se está dirigiendo a nosotros para contestar el teléfono no es precisamente
eso: interrumpir a la persona que nos está hablando?
Es claro
que los mal habidos teléfonos no tienen la culpa de su existencia, ni de las
funciones para las cuales han sido expresamente diseñados; así mismo, la
persona que llama no es clarividente para saber si con su llamada está
interrumpiendo lo que no debe. Pero entonces, el responsable de mantener las
normas de respeto y cortesía, tomando las medidas necesarias para que su
telefonito no las viole, es el dueño. Dejar que nuestro teléfono falte al
respeto a los otros, es como hacerlo nosotros mismos.
Finalmente,
quien no esté de acuerdo con mi humilde criterio, ya sabe, por su propia
seguridad, a la par de quién NO debe sentarse en el teatro.
¡Jum!
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