Mario
Valverde M.
CUCÚ
No sabe construir su
propio nido. Es sencillamente un precarista. Invade el nido de otro pájaro para
poner sus huevos. Se acerca como ladrón con habilidad para contar, vota un huevo,
pone el suyo y adiós, no vuelve jamás, ni nunca llegará a conocer a su pájaro cucú.
Todo lo demás se lo deja al pichón que está por nacer. Cuando nace el pichón,
ciego y sin plumas, empieza el trabajo sucio. Una vez solo, vota los verdaderos
huevos del ave que anida y vota (por su tamaño desmedido) los otros pichones,
los lanza al vacío (¿crimen premeditado?). Pero no, así de fría opera natura;
es un acto de sobrevivencia y evolución y punto. Aquí no cabe el valor de bien
y del mal de las criaturas humanas. Pero luego nace la otra pregunta: ¿cómo
hace para engañar a los padres “adoptivos”? Un investigador grabó los sonidos
del pichón y se dio cuenta que este logró imitar el sonido que semeja a un
grupo de pichones de las aves que adoptan, y de esa forma, por su crecimiento
rápido, los padres “adoptivos” logran alimentar al cucú a la velocidad que requieren
las necesidades de este. Poco tiempo después, sin ningún tipo de
agradecimiento, ni muestras de cariño, inicia un vuelo de 3000 kilómetros, para
regresar de nuevo en la primavera y así asegurar el engaño que salva a su
especie. ¿No les parece una historia de la biología, increíble, fija, arreglada,
engañosa, cruel, criminal? Por supuesto, desde la acera de la moral de los
simples mortales; desde el otro lado, la ley es inefable, solo sobreviven los
más aptos. ¿O acaso también es válida para la vida humana?
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