Daniel Garro Sánchez
Ok, sabemos que el chisme es una necesidad social, un catalizador tanto grupal como individual, un deporte que en las dosis adecuadas resulta saludable, un buen medio de comunicación alternativo e incensurable, y dejándonos de varas, es un placer, ¡un deleite!
El valor del chisme está en que establece una complicidad entre las personas a través de las cuales fluye; si le pasamos un chisme a una persona, le estamos diciendo que tenemos un lazo de confianza con ella. Es como tener un automóvil y no querer prestarlo a nadie; a la persona que finalmente se lo prestemos, le estamos haciendo un voto de confianza que va a fortalecer la relación con esa persona.
El valor del chisme está en que establece una complicidad entre las personas a través de las cuales fluye; si le pasamos un chisme a una persona, le estamos diciendo que tenemos un lazo de confianza con ella. Es como tener un automóvil y no querer prestarlo a nadie; a la persona que finalmente se lo prestemos, le estamos haciendo un voto de confianza que va a fortalecer la relación con esa persona.
Hasta ahí estamos bien.
Pero, ¿qué pasa si prestamos el preciado automóvil a cualquiera que nos lo pida, como si no nos importara, como si no fuera tan preciado? ¿Cómo va a saber la persona a la que se lo prestemos, una entre tantas, qué grado de confianza le concedemos? La promiscuidad chismológica es uno de los peores vicios grupales. Cuando se hace fluir el chisme indiscriminadamente, pierde su valor distintivo; deja de significar confianza y empieza a significar indiscreción.
La otra forma de convertir el sano y deportivo pasatiempo del chisme en un desagradable vicio, es cuando el chisme pierde su veracidad. Ok, desde la escuela, y gracias al juego del “teléfono chocho”, sabemos que el mensaje nunca llegará intacto a nosotros, a menos que sea de primera mano. Pero, ¿qué tan chocho puede llegar a estar el teléfono?
Les pondré un ejemplo: en cierta empresa donde trabajé hace algunos años, me llegó el chisme de una pareja de compañeros que había decidido tropezar con la siempre atravesada piedra del matrimonio. Para tal fin, adquirieron casa y chunches varios, y pactaron una fecha para la ejecución… de la boda. Pero días antes de la susodicha, sin que se sepa exactamente por qué, el compromiso se canceló, la casa y los chunches fueron vendidos, la plata repartida, beso en la mejilla, only friends y los ex novios volvieron a ser lo que habían sido al principio: solo compañeros de trabajo.
Partiendo solo de lo anterior, podrán suponer los lectores el maratón de chismes que semejante hecho pudo haber desatado. Sin embargo, hubo en esta historia un elemento adicional que convirtió la maratón en olimpiada: el morbo por el hecho de ser la chica una de las más atractivas de la empresa. La demanda de chisme, entonces, se enfoca hacia un aspecto morboso muy específico que no tardará en producir una oferta de chisme mal informado, incluso hasta mal intencionado, y por lo tanto desvirtuado… pero indudablemente cotizado. Las teorías se toman como hechos.
Me refiero a lo siguiente: cierto día, un compañero me trajo una primera versión de lo sucedido, según la cual la ruptura del dichoso compromiso se dio por la falta de atenciones en la intimidad de parte del caballero, lo que habría conllevado a la insatisfacción de la dama. Nótese en esta versión lo mal parados que quedan ambos conforme a los prejuicios machistas que abundan en Tiquicia: él, por no cumplir con uno de los principales requerimientos con los que debe cumplir un “Macho que se respeta”; y ella, por solicitar algo que no debe solicitar una dama, una doncella, una señorita en proyecto de convertirse en “Señora de”. Posteriormente, y desde otro rumbo, me llegó una segunda versión de los hechos, según la cual la ruptura del dichoso compromiso se habría debido a la falta de atenciones en la intimidad, o incluso negativa de intimidad, de parte de la dama, lo que habría conllevado la insatisfacción del caballero. Esta segunda versión es más benevolente en materia social, ya que tanto el “Macho que se respeta” como la malograda “Señora de” sostuvieron a cabalidad sus roles: él como espécimen hambriento, ansioso de reproducción y conquista, y ella como casta doncella que se reserva para despuesito. Lo que yo me pregunto, para ambas versiones, es ¿cómo rayos se supone que la gente llega a saber estas cosas (donde al menos la mitad de ellas son falsas)? Y lo peor de todo es el acompañamiento de detalles explícitos de la intimidad con que vienen aderezadas ambas versiones, referidos tales detalles con tanta propiedad que me hace preguntarme si el autor del chisme estuvo samueleando durante toda la historia, o si la desdichada pareja estuvo en Big Brother sin darse cuenta.
Por eso, lectores unedianos, si van a hacer chisme, que sea buen chisme, de calidad… y no los ruidos selváticos de la fauna estatal a distancia que han llegado hasta mis oídos últimamente.
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