Por Mario Valverde M.
Y todos los días es una fuga y la mente quédate quieta y el ejercicio físico, si a eso puede llamársele ejercicio físico, caminando como bestia encerrada, sentadillas, lagartijas, estirar y estirar el tiempo; y el llanto por horas, calladito en el mismo rinconcito donde te encontraron muerto.
A quién carajos no se le van estallar las venas con las ganas de pensar en el mundo de afuera, las güilas, el amor, la taberna, las comidas, las mejengas, los billetes guardados debajo del colchón. Pero ya llegaste aquí a lo más profundo de la destrucción humana, a la mayor impotencia del movimiento, al tiburón sin aletas, el águila arpía sin bosque. Y para llegar a Máxima, te fuiste soltando de a poquitos en tu barrio de retos y pobreza, donde no había otra opción. O eras tú, o eran los otros. Casa sin mesa, sin madre o sin padre, sin comida, con el tugurio destilando gritos y lluvias por todas las latas. Y la droga en la esquina, en el bar, en la plaza, en la casa, en el búnker.
Y como todo tiene sus héroes, la meta para muchos es llegar hasta donde llegan los más hombrecitos, hasta donde llega la locura, hasta donde llega el silencio destructor del ojo por ojo de nuestra justicia: Máxima Seguridad.
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