septiembre 13, 2011

170. Las palabras

Mario Valverde M.

Para mi amigo Pedro Llubere

A veces una simple canción nos devuelve al amigo que partió de a poquitos, por un cáncer que habitó su cuerpo sin que se lo pidiera. Pero que más da, ahora o después la muerte, de la forma que tenga que llegar.

Entonces, ¿cuál es el sentido de la vida? Lo dicen los poetas, todos los días: LOS INSTANTES. Y esos bellos fantasmas son los que hoy me acompañan. Me llegó su amistad en el colegio un día que ya no recuerdo, con sus dieciséis años, su barba cerrada, su moto con su acelerador en el aire y con el tiempo largo del inicio de la juventud.

Tengo que confesar que mucho de lo aprendido para los exámenes se me ha olvidado, pero no su sonrisa, su diplomacia, su corneta que sonaba cuando la fiesta crecía en las calles de aquel San José seguro y pobre; sus sueños revolucionarios, sus mujeres, compañeras para conversar, para soñar. Así pasaban los días y siempre mi amigo jalando para el mar.

Amaba bucear, de seguro debió de ser un marinero en la otra vida y lo seguirá siendo en la nueva vida, donde probablemente, como buen conversador, no para de proponer proyectos inconclusos. Tal vez esa sea una característica, diría la principal, de mi generación: soñar y soñar en utopías…de todas formas de que está hecha la vida. Ahí le dejo un poema, o algo parecido, para mi amigo que posiblemente esté cantando al volante la música de bossa nova que tanto le gustaba, con su cigarro inseparable de medio lado.

Sólo las palabras

nos salvan de la muerte

del tiempo perdido

de esa luz desvanecida

agrupando flores inconclusas.

Allá nuestra juventud.

¿Dónde quedaron mis amigos-sueños?

¿Quién nos robó las calles

y los niños ojos de estrellas?

¿Quién hurtó nuestros miedos

con sus calles solitarias?

¿Quién pasó la página

entre risas y aventuras?

¿Quién se llevó al amigo

de mares y lunas

de borracheras y luchas

contra demonios invisibles?

Si no fuera la Palabra

nada seríamos.

Quedas, amigo,

en el asfalto de nuestras locuras.

La muerte nos acecha

en su placer del reposo.

Todo a su tiempo

y el tiempo-amigo-se nos acaba.

Queda la Palabra

arma mortífera

piedra monolítica.

Te fuiste como se va todo

de a poquitos

como los saltos de lágrimas

recorriendo bajeles de montaña.

La muerte sigue su carnaval

de rumba infinita.

3 comentarios:

  1. Mario;
    Creo que Pedro aprecia lo que has escrito.
    BV

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  2. Gracias Mario por no hechar al olvido las una omil historias de mi amado padre.

    Cinthya Llubere

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  3. chingaos, paseme la metralleta, porque me hierve la sangre!

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