Por Mario Valverde M.
Píndaro acuñó esta sabia expresión. Y es que la ética es un asunto de costumbres (Ethos). Ya lo decían los griegos clásicos, que de todo sabían.
Así es que muchos de los ideales éticos son puros juegos o diatribas intelectuales, a la par del señor rey: El hábito.
Esa sucesión de un día y otro, de una forma de cocinar, de rezar, de bailar, de arar la tierra, de conversar con dioses y diosas, esa forma de estirar el idioma, de vestir, de construir las casas y habitarlas, de recoger el fruto, el café, el banano, las uvas, el trigo, de caminar en romerías, de sentarse en los parques por miles de tardes, esa forma de robar, traficar y bailar en salones y bares prohibidos, esa forma de caminar por las ciudades, esas ventas callejeras y puestos de comidas a la vera del camino, esa forma de educar a los hijos, hijas, los casamientos y hasta esa forma de entender qué pasará en la otra vida.
El hábito es Rey y está por encima del bien y el mal. Alejados de las costumbres y estando en otros países, nos duele lo que no tenemos a mano. Escuché decir a Joaquín Gutiérrez en una reunión con Isaac F. Azofeifa, que el dolor del país lejano entraba por la panza, por ese gallito pinto con un huevito frito, por los olores de la cebollita, el culantro, de eso que se va metiendo en las profundidades del alma de todos los días.
Cuando el hábito se pierde, como peligrosamente lo está consiguiendo la globalización, vamos perdiendo identidad. Nos imponen costumbres con el único fin de conseguir un consumo masivo a favor de los resultados económicos; y de ahí a convertirnos en esclavos en nuestro propio país es un paso.
Por eso la democracia debe pasar por un refuerzo de nuestras costumbres y, sobre todo, por la propuesta ética del refuerzo cultural, guerra a muerte, para no quedarnos en la estupidez DE NO SABER QUÉ SOMOS NI HACIA DÓNDE VAMOS.
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