Daniel Garro Sánchez
Mayor oferta de novedades, mejores condiciones en los diferentes puestos, tanto para la comodidad de los visitantes como de los participantes y expositores, mejor acierto en la elección de las fechas, un precio de entrada más accesible, mayor cantidad de actividades, y una impresión general de verdadero esfuerzo por superar los resultados anteriores.
Estas son las notables mejoras de la recién acabada Feria Internacional del Libro, con respecto a su deslucida antecesora de 2011; mejoras que también se han visto reflejadas en el incremento de las ventas para varios de los participantes, aunque por supuesto no para todos. Haciendo un acercamiento, pero sin ánimo de ser exhaustivo, quiero desmenuzar brevemente algunos aspectos, porque siempre es posible mejorar; y a pesar del progreso de este año, nuestra feria sigue estando larguito de ser lo que debería ser. Hubo un incremento en la comodidad y el espacio de los puestos; sellos editoriales que el año anterior debieron hacinarse en un mismo puesto cuyo tamaño resultó insuficiente por completo, esta año contaron con su espacio propio, como Clubdelibros y Lanzallamas; e incluso pudieron ofrecer espacios para que los autores recibieran al público de manera relativamente confortable. No obstante, esto obedece en parte a la falta de participantes que sí habían figurado en ediciones anteriores de la feria. En ese sentido, la ausencia más notable fue la de Librería Universal, que ya de por sí ha venido convirtiéndose desde hace tiempo en algo que debería llamarse más bien Juguetería Universal, o Bazar Universal, o ferretería, u Office Depot, o cualquier cosa excepto librería, a juzgar por la evidente y lastimosa disminución de su oferta de libros y música.
Por otra parte, al incremento de actividades (muchas de ellas realmente poco literarias) se aparejó un poco de desorden en virtud del cual se daba que los sonidos de dos eventos simultáneos se mezclasen dificultando el trascurrir de ambos, o que las actividades musicales prácticamente anularan eventos literarios e impidiesen las ventas, como le sucedió en varias ocasiones al puesto de Clubdelibros.
Quizá el mayor fallo fue el trato que se le dio al escritor Derek Walcott. Al parecer, los organizadores de la feria no entendieron la parte que decía “Premio Nobel de Literatura”, y confinaron las actividades del insigne poeta caribeño a uno de los salones más pequeños (casi creo que era el más pequeño), cuando lo más aconsejable era dedicarle el salón principal. Este saloncito, además, estaba literalmente aplastado entre los dos salones más grandes y recibiendo el fuego cruzado del bullicio de ambos —recordemos que los tales “salones” eran solo cuatro paredes ligeras, y el salón principal en realidad fue una tarima de conciertos, sin paredes—. El obvio resultado fue la indignación del señor Walcott y del público que trató infructuosamente de escucharlo.
Está de más decir que el flamante Ministro de Cultura y la flamante Presidenta de la República, por más flamas que despidan, brillaron por su ausencia; mientras que sí se contó con la visita del Ministro de Educación, Leonardo Garnier, lo cual nos confirma que para este gobierno las letras no son cultura, sino educación, y que la educación no es cultura, sino conveniencia, y que la cultura no es arte, sino farándula, y así sucesivamente. Pero se le agradece al ministro de la abundante cabellera su visita.
En materia de novedades, los editores costarricenses llevaron nuevamente la delantera, superando a la metralla de best sellers de los extranjeros, y fue notable (y además premiada) la fresca y numerosa oferta de sellos jóvenes y pujantes como Uruk Editores, Clubdelibros, Lanzallamas, y La Jiraya y yo, en el grupo de editoriales privadas; mientras que la Uned hizo lo propio nuevamente en el grupo de las editoriales públicas. El escritor y periodista Manuel Delgado —que en apenas dos años ha incursionado en la narrativa con una novela, una colección de cuentos y participaciones en dos antologías— recibió un premio por ser el autor con mayor cantidad de actividades; y la Librería Lehmann obtuvo nuevamente el primer lugar en ventas.
Muy buenas noticias en el marco de una feria de calidad bastante aceptable, pero siempre con muchas tareas pendientes. Ansiamos ver todavía una feria de entrada gratuita, con tarifas más accesibles para los editores pequeños y los autores independientes, con más actividades literarias y menos farándula, con más países invitados y algún Premio Nobel mejor atendido, y con mayor presencia de funcionarios del gobierno (siempre y cuando no se confunda con “mayor presencia política”), o al menos con el ministro correspondiente; y por supuesto, con una Costa Rica deseosa de leer.
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