Por Rose Marie Hernández Vargas
Cuentan que aprovechando el agua del mar, en los sitios donde se encuentra el estero, los chingueros (cocineros de sal), cavaban pequeñas lagunas que se llenaban de agua salada al bajar la marea; en ese momento, levantaban muros de tierra para evitar el ingreso del agua en posteriores marejadas. El agua empozada, al pasar los días, con la acción de los vientos y el sol se evaporaba, dejando en el fondo la sal.
Entonces, con una yunta de bueyes y una especie de peine de madera, rayaban la sal y hacían eras con palas. Este sedimento, mezclado con tierra, se transportaba en una carreta tirada por bueyes. Luego, se colocaba en una canoa a la que, previamente, se le habían hecho agujeros en el fondo y acomodado zacate para que sirviera de filtro. Después, se le agregaba agua extraída de un pozo, que con anticipación llenaban con la marea alta; debajo de esta canoa había otra que recibía el agua filtrada.
Para comprobar si el agua del pozo estaba en su punto para procesar la sal, sumergían un huevo. Si su diámetro adquiría, más o menos, el tamaño de una moneda de cuatro reales de esa época, se deducía que el agua estaba lista. El siguiente paso consistía en depositar el agua filtrada en una pila y se cocinaba hasta que evaporara, quedando la sal en el fondo. La tierra excedente que quedaba en la canoa, se sacaba con la mano; a esto se le llamaba desborrar.
Para empacar la sal, usaban tres añillos de bejuco de 1/2 pulgada, sostenidos por estacas de madera clavadas en suelo. Dentro de los anillos, colocaban hojas de bijagua dobladas, para que sirvieran como forro, se llenaban con sal, y así se formaba una tamuga, equivalente a una arroba (veinticinco libras, unos doce kilogramos).
Esta era una industria rudimentaria, pero lucrativa por su carácter utilitario.
La estación seca era la más adecuada para la producción de sal. Se extraían toneladas de este producto que iban acompañadas de enormes ganancias. La municipalidad consideró poner un impuesto como se observa en la siguiente cita: “…La sal que se produzca en el cantón central de Puntarenas, o que elaborada en otros lugares venga a esta plaza en busca de mercados o tránsito, pagará un céntimo por cada kilogramo”. (Memorias de Gobernación, numero 5687. Fol. 7.)
Este impuesto a la sal sirvió para pagar el empréstito Ford y para el desarrollo comunal.
Todavía quedan unas pocas pilas salineras, en el manglar de los esteros y la costa, evidencia de las actividades tradicionales de la zona: obtención de sal mediante evaporación solar del agua marina. Recuerdan a las actuales y futuras generaciones prácticas culturales y procesos colectivos que les permiten recrear su identidad cultural.
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