Por Mario Valverde M.
La razón de la inmortalidad de la tragedia en la literatura griega, yo diría que fue el atreverse a tocar conductas extrema del ser humano. No quedarse en el escondite moral del ocultamiento de la perversidad humana.
Qué acto más profundo en el mundo de los malos deseos, la venganza y su puesta en práctica que la muerte de los hijos a manos de su propia madre. Nada más allá en la historia universal de la maldad. Medea, de Eurípides, es la parte extrema de la venganza contra su esposo Jasón, de quien se enamora hasta la locura; ella salta como la fiera prístina, el animal en lo humano, el depredador en potencia dentro del “sólo sobrevive el más apto”, de la fórmula darwiniana: “–Jasón- ¡Mira, Zeus, escucha cómo me trata esta mujer infame, matadora de sus hijos, esa leona feroz!”.
Por eso, para no dejar a la fiera sola, se inventaron los mandamientos, las leyes, las penas, la cárcel, la horca, la silla eléctrica, etc. Quien más que Shakespeare, en Hamlet, lo supo: “Las circunstancias saben, y sin duda habrás oído, qué tenaz demencia aflige mi razón”.
El ser racional, la criatura “más perfecta”, de pronto obnubila su mente, cruzan ideas que no lo dejan en paz en sus insomnios nocturnos cuando muchos duermen en paz, y unos o unas, como Medea, cruzan la línea delgada de la tragedia para despertar en horrorosas acciones sangrientas y mortales. O acaso, no es pan de todos los días, como el caso del joven noruego ultraderechista A. Breivik que mató a más de 77 ciudadanos sin mostrar arrepentimiento. Eurípides o Shakespeare de seguro ya estarían afinando el lápiz para escribir una clásica obra de teatro. Y sin ir muy lejos, para entender este fenómeno que habita en las profundidades monstruosas de lo imaginario, nada más es ponerse a leer las noticias diarias de nuestra Patria, “vergel bello de aromas y flores”, donde la tragedia día con día se nos sale de las manos: un poco por la prisa, otro por la desigualdad social, otro tanto por el abuso desmedido de las drogas, otro por la rapidez de la tecnología y siempre por la ambición del PODER.
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