Por Mario Valverde M.
“La mente me lleva a lugares adónde no quiero ir”. Eso dijo un veterano de guerra de Vietnam, de regreso a la vida normal en los Estados Unidos. Vivió dos años de una guerra de la cual nunca entendió su significado.
Se le entrenó para matar, sobrevivió matando, sobrevivió drogado. Regresó a su patria y se quedó en LUGARES que no salían, por más que lo intentara, del laberinto de su mente. Pero, ¿cómo se construyen esos sitios de habitaciones dolorosas, que yo, mi yo, no puedo dominar? No parece acertada, para esta ocasión, la máxima racionalista de Descartes del “Pienso, luego existo”.
El pensar no siempre es propio de mi voluntad y la existencia que yo no domino; en todo caso, a quién pertenece, campo más de estudio del psicoanálisis o del arte, ¿no es acaso la metáfora un lenguaje sacado del submundo del subconsciente?
Por otro lado, el tiempo para desprender el dolor y el amor no van de la mano con los tiempos del reloj (invento humano). Los tiempos de los lugares “visitados”, como en el caso que nos ocupa del soldado norteamericano, dan vueltas como el carrusel de las fiestas del barrio de mi infancia. El porqué de esos lugares que transitan una y otra vez, parece estar unido a la vida cíclica del eterno retorno. El que puedan vencer o perderse en el camino es cuestión de que la razón y el corazón se pongan de acuerdo.
La historia del soldado finaliza cuando todos los fantasmas de la guerra terminan en un llanto de recuerdos y una visita al cementerio para honrar a sus compañeros caídos, veinte años después de no entender porqué esos lugares lo tenían prisionero y atrapado en un alcoholismo violento y con dos matrimonios perdidos. La máxima sería Me Repienso, para luego seguir medio viviendo.
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