Por Dagoberto Núñez Picado
Investigador CICDE-UNED
Miembro del Consejo de Extensión Universitaria
Cuenta el escritor Gerardo Bolaños que iba en su vehículo un 19 de marzo de 2003, cuando oyó en la radio que Costa Rica enganchaba vulgarmente su vagón al carro bélico de Estados Unidos contra Iraq. Tuvo que estacionarse: “una oleada de vergüenza histórica me impedía seguir manejando”, narra Bolaños. Por dicha, se detuvo. De lo contrario, podría haberse estrellado.
A mí lo que pasó en la Asamblea Legislativa el pasado primero de mayo, me pone a pensar en “esa gente” que nacida en Costa Rica, parece repudiar su más inmediata identidad nacional. Hoy es un día especial, no es primero de mayo y la Presidenta Chinchilla está verbalizando el primer informe anual de labores de su gobierno. Detrás del eco de sus palabras, resuenan en la sala del plenario legislativo algunas voces que repiten que lo sucedido, el pasado primero de mayo, se debió a la defensa de la privacidad del voto. ¿Qué hay de cierto en eso?
El primero de mayo –dice Villanueva- no hubo elección de Directorio Legislativo, porque peligró el carácter “privado” del voto. Interpreto que un servidor “público” debe esconder su voto. Se entiende así que Villanueva necesitaba de alguien que le vendiera el voto. Por eso varios diputados sostienen que en los próximos meses la tarea por excelencia es que el reglamento interno de la Asamblea Legislativa sea directo respecto del ejercicio público del voto, como garantía de la transparencia política.
Para que la consciencia conserve su transparencia política, necesita hacerse voz pública. En el caso del diputado (a) es como volver su rostro hacia el pueblo que lo eligió, dando la cara sobre lo que significa votar como lo hace. Aunque no haya reforma reglamentaria, ninguna norma ni coyuntura prohíbe hacer público el voto, y por el contrario hay coyunturas en que el secretismo es fuente de la mayor amenaza en contra de la transparencia. Porque la consciencia individual se torna vulnerable si se le amenaza con dádivas o con castigos. Por ello en la Asamblea Legislativa los mejores diputados votan a voz en grito.
Les cuento que pude escuchar este primero de mayo –también por la radio- y las voces desde el inicio de la sesión legislativa, desde el primer momento, no estaban en manos de un directorio provisional y democráticamente neutral, fue el ya ex/presidente de la Asamblea Legislativa, Villanueva, quien tomó el micrófono para, insistentemente, ordenar nuevas reglas de votación; y sus normas eran nuevas respecto de las que había caracterizado, históricamente, el ejercicio del voto en similares circunstancias. Incluso diputados como los del Movimiento Libertario, que en la antepasada elección votó junto con la fracción liberacionista, insistieron en que se votara como se había hecho –en cuanto a procedimientos- en esa ocasión.
Muy lentamente, para el gusto del simple ciudadano, fueron cayendo en la cuenta –quienes no eran parte del guión oficial- de lo que se trataba: una pequeña coalición (del PLN/y dos Seudo crís-ticos) no halla forma de vencer –legalmente- a una gran coalición: PAC/PUSC/ML/FA/PASE. Entonces, el “gato” Villanueva, creyéndose muy tal cual, decide –junto con la jefa de la fracción del PLN, Martín V.- que en ausencia de formas legales de ganar votos para alcanzar la presidencia del directorio, hay que “hacer algo”…
¿Qué problema?, dirán sensatamente ustedes. Porque siendo la Asamblea Legislativa el lugar donde se crean las leyes de la República, y no habiendo camino legal para que estos “jueces” de lo legal encuentren un camino legal, ¿qué queda por hacer? Lo hicieron, está muy fresca la jugarreta para tener que repetir lo que hicieron.
Vergonzosa –con mayúscula- la jugarreta. Fingieron una votación. Simularon que solo ellas y ellos existían en el plenario. Con sus votos y los de los treinta y un diputados (as) de la Alianza por Costa Rica que se retiraron del plenario legislativo, jugaron a ganar: los de la Alianza se salieron de la sala, dejando en evidencia la jugarreta oficialista. Y Villanueva junto con Viviana Martín quedaron –abiertamente expuestos- como lo que son. Fue cuestión de unas cuantas horas para que Villanueva fuera obligado a deshacer el mal nudo. Los invito a adjetivar, aunque no veo que sea necesario.
Después de eso vinieron los periodistas y la justificación que me hace recordar la ocasión en que Costa Rica fue -¿simbólicamente?- a la guerra contra Iraq, mediante una firma que dijeron que se trataba solo de un “apoyo moral”. ¿Quién obligaba a Pacheco a dar tal apoyo y por vía de qué “moral” se daba?
En este caso, la justificación ética da igual porque es bastante bochornosa: la defensa del voto como algo íntimo y privado.
Jurídicamente –constitucionalistas reconocidos- han señalado que esta interpretación está “jalada del pelo”, porque un diputado tiene derecho a ejercer su voto, sin limitaciones. Y ¿qué son sino limitaciones las que estaba imponiendo Villanueva desde el inicio de la sesión plenaria del primero de mayo de 2011? Quien decía que no se vale votar en otra curul que la propia, que no se vale que haya asistentes cerca, que tampoco se vale…, era un árbitro espurio. No tenía competencia para ello, quien se lucía con las nuevas reglas estaba en una curul que no le era propia.
Las nuevas reglas, si las tenía que haber, debían haber sido debatidas estando en la presidencia (ad hoc) otro sujeto que no fuera Villanueva, él para entonces ex/presidente de la Asamblea Legislativa, estaba fuera de toda regla. Quería imponer reglas, siendo el primero en violarlas. No era él quien tenía algún derecho a ordenar nada el día primero de mayo. Tenía vencida su credencial.
En el colmo del desplante, Villanueva y Cía., no contentos con la jugarreta que obligó al primero a desistir (eufemismo “declinar”) de su candidatura, convocan sendas conferencias de prensa en las que se declaran adalides –casi mártires- de la defensa del derecho a la privacidad del voto. Prácticamente, no saben cómo salirse del bochorno que no sea de modo altanero y arrogante. Ni una disculpa, ni un mínimo reconocimiento por haber colocado al país en una situación de golpe de Estado, de violación de la institucionalidad constitucional.
Viví unos años en otros países de Centroamérica. Mientras oía de los hechos y dichos, imaginé la oportunidad de oro que tal situación habría deparado a los ejércitos en Honduras o Guatemala, Nicaragua o El Salvador. No dudemos, un ejército en Costa Rica hubiese aprovechado la ocasión para declarar estado de sitio (esto significa que se conmina a la población a mantenerse en las casas sin salir ni a la pulpería por un boli), para ocupar el Parlamento y sustituir a la presidencia por un militar. Y el poder judicial, en tal predicamento, hubiese beatificado al militar.
Y ustedes, dirán: pero es que en Costa Rica no tenemos ejército. Y yo les contesto, ¿por cuánto tiempo más? Con gente en la Asamblea Legislativa como el “gato” y Martín. ¿Cuánto nos resta para que sigamos marcando esa diferencia con el resto de Centroamérica?
Aunque suena fuerte decirlo, los hechos apuntan que a gente así –como este y esta- les interesa producir “siervos menguados”, no lo contrario. Gente así obsequian, por nada, aquello que hace la diferencia –políticamente importante- de nuestro territorio.
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