Jardines

Por Mario Valverde M. 

Cada casa de Costa Rica gusta de tener un jardín. Al menos, esa debería ser parte de la arquitectura obligatoria. Cuando camino por las mañanas en busca del pan de cada día, reviso los solares de mis vecinos y barrios contiguos. El primer principio es que no hay dos jardines iguales, como no existen dos formas de vestir igual, por supuesto excluyendo a los uniformados de condición obligatoria.

Los ticos y las ticas gustamos del contacto con las flores, las plantas, las palmeras, las orquídeas, las enredaderas, etc.; esa es la presentación del espíritu de cada hogar. Si encuentras un espacio con la hierba alta y descuidado, con todas las plantas quejándose de la cercanía, mustias, tristes, de seguro afloran los problemas. Por el contrario, si las plantas, las flores, los frutos gritan amores, danzan con el sol, la lluvia, no cabe la menor duda que es un hogar donde florecen equilibrios de paz, en unión con las mariposas que juegan y vuelven una y otra vez, lo mismo con las abejas, los insectos y los pájaros que roban sus líquidos en la milagrosa cópula del vuelve a la vida.

Donde todo es cemento, falta la comunicación panteísta. Sé que los ticos y las ticas en cualquier espacio cuelgan una planta; pero lo cierto es que hemos perdido, cada vez más, los solares, las terrazas para mirar a la calle. Nos hemos reducido a vivir en el interior, sin zonas verdes, con pequeños espacios para acomodar la lavadora y la secadora. Ya no hay ropa tendida. Y por aquí podría estar el reflejo de muchas neurosis sin control, ante la pérdida de lo verde, la atención y la comunicación con las plantas, los colores y los profundos aromas naturales.